En el aula de clase hay una nevera que no tiene helado en el congelador –aunque los niños se derretirían por él– ni cebollas y frutas en la zona fresca. La nevera verde está llena de libros: arriba, abajo, en las puertas. Es una biblionevera.
La idea es de la Fundación Haceb, en alianza con otras como Secretos para contar, Fraternidad Medellín y Salva Terra.
Todo empezó con un correo que le llegó a la Fundación, de alguien que les contaba que en Brasil había visto las neveras hechas bibliotecas. Les pareció una buena idea para usar esas neveras que llegan por cambio de tecnología, que son de exhibición o se devuelven por garantía, en tanto es una manera perfecta de darles otra vida útil.
Entonces las despiezan, explica Ana María Fernández, coordinadora de la Fundación, les quitan el compresor y todos los elementos eléctricos, hasta que queda una caja con forma de nevera. Les pintan la puerta de verde, para que los niños tengan un tablero de más, les ponen entrepaños de madera y las llenan de libros. Caben más de 100.
La metáfora que resulta es aún más bella. Si las neveras guardan comida, también pueden guardar libros. Porque se vuelve un cajón que los protege de la humedad y del polvo.
Hasta el momento han entregado seis en escuelas de Granada y San Carlos, y la idea, con todas las alianzas, es llegar a 80.
No enfriar los libros
Con Secretos para contar, la fundación que tiene como proyecto la lectura y la educación para el campo, esperan llevar las biblioneveras a 26 escuelas que reformó Fraternidad Medellín.
La idea es no solo entregar un coco, porque no es suficiente, señala Vanesa Escobar, directora de Educación de Secretos, sino también mejoras pedagógicas, y como ellos tienen un proyecto que acompaña la metodología de escuela nueva, la nevera las llenan con sus libros de trabajo de prelectura y precálculo, y con algunos de los de Leer es mi cuento. El congelador queda con textos que usa el profesor, y el resto es para los pequeños, que les queda a un solo abrir y meter la mano.
Vanesa explica que la nevera permite un acceso fácil y que la biblioteca esté en el aula de clase, porque muchas veces en las escuelas no hay dónde poner los libros o están expuestos a peligros como la lluvia.
Según una encuesta de Secretos, de acuerdo al blog de la Fundación Haceb, de los 63 Centros educativos rurales y algunas instituciones educativas rurales en 8 municipios de Antioquia, el 52 por ciento no tienen biblioteca, el 11 se encuentra en mal estado y el 37 tiene una.
Ese cajoncito verde soluciona el cuidado y el acceso, y hace un aporte al medio ambiente, porque ese objeto que ya no se necesita para refrigerar no se vuelve chatarra.
Las biblioneveras, añade Ana María, son una manera de conectar con la lectura y con la creatividad: mostrarles las muchas posibilidades al pensar un elemento que parece exclusivo de la cocina, en otro que invita, incluso, a soñar.
Afuera, en el tablero, la tiza que se borra deja los recuerdos de que por ese cajón pasan lecturas: los niños se dejan mensajes con imanes que igual son reciclados, hacen dibujos y escriben cuentos. Todo es posible.