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Parce, ¿y vos también usás el parlache?

Este argot que se creó en barrios populares de Medellín rompió fronteras con el cine, la música y la literatura. Muchas palabras ya son de uso diario.

  • Foto de archivo. JAIME PÉREZ MUNÉVAR
    Foto de archivo. JAIME PÉREZ MUNÉVAR
01 de septiembre de 2017
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Vení parcero te echo un cuento del parlache, y antes de que se abra del parche nos metemos este viaje, solo porque sos un bacán. Aunque tenga en cuenta mi nea, que somos tremendos bombones, y que de chichipatos, nosotros, naranjas. Así que mejor pillá, pa que te des cuenta mi niño, de que el parlache ya está en vos.

Está en el lenguaje cotidiano. “La mujer siempre dice que no le gusta así, que quede cabecipelado, porque quedo muy nea”, dijo Rigoberto Urán cuando un periodista le preguntó por qué se motiló. El parcero de Juanes es famoso en el mundo, incluso un álbum suyo se llama Parce, igual que su perro.

Esta manera de hablar empezó como un subcódigo de grupos específicos ubicados en la periferia de la ciudad, y tenía que ver, recuerda Luz Stella Castañeda, doctora en Filología Hispánica y coordinadora del grupo de Estudios Lingüísticos de la Universidad de Antioquia, con aspectos relacionados con la transgresión y la violencia. Muy marginal.

Era una manera que encontraron los sicarios y los presos para evadir la autoridad, dice Juan Rodas, profesor licenciado en Filosofía y especialista en Literatura. Este tipo de maneras de hablar, añade, surgen precisamente en condiciones adversas, como las de la violencia de Medellín en los ochenta y los noventa.

José Ignacio Henao, magíster en Sociología de la Educación y en Lingüística, recuerda una anécdota de 1985, cuando el escritor y periodista Ricardo Aricapa trabajaba en unas crónicas sobre la cárcel de Bellavista: encontró que había un lenguaje que solo entendían aquellos que tenían contacto con el mundo del hampa.

Ahí estaba el parlache en pleno, con una de sus características más importantes: la plurisignificación, es decir, varios significados. Muñeco ya no era el juguete, sino un muerto, o campanero no era más el que tocaba las campanas, sino el que avisaba que venía la autoridad.

Ser un código restringido marcaba diferencias sociales, porque además tenía rasgos propios de la comunidad que lo usaba, es decir, su idiosincrasia: con el lenguaje se cuentan los sentires, las situaciones, los momentos. Se explica el mundo. Con el parlache relataban uno violento, sus condiciones, sus tristezas, sus muertos. Hay tantas maneras de hablar de la muerte: chupar gladiolo, reventar espalda, ir de volqueta, irse al piso, estar frío, ponerse la pijama de palo.

Es un antilenguaje, contestatario, para tratar de diferenciarse. Toda una manera de comunicarse, que ha ido creciendo, y completándose.

En el Diccionario del Uso del Parlache, publicado en 2015, y el segundo que hacen Luz Stella y José Ignacio, con un grupo de investigadores, contabilizaron más de 2.600 palabras. En el diccionario de la Real Academia de la Lengua (RAE) hay 93.111 entradas, correspondientes a otras tantas palabras.

La actualidad

Si era un argot popular, propio de las clases bajas, del mundo de la droga, ¿qué pasó que ahora muchos términos se escuchan en el día a día, y hay incluso algunos que aparecen en el diccionario? Ya está en colegios, medios de comunicación y en conversaciones informales. Se usa, precisa la investigadora, en amplios sectores de la sociedad. Dejó su especificidad.

Para ella, empieza en que es una jerga muy creativa y juguetona. Las palabras suenan, tienen eco, y se usaron primero en la oralidad y, cada vez más, también en la escritura.

Su conquista lingüística pasa por la literatura y el cine. El parlache apareció en obras tan populares como Rosario Tijeras, de Jorge Franco, y en La Virgen de los sicarios, de Fernando Vallejo, las dos con versiones en cine.

Hay otros títulos como El pelaíto que no duró nada, de Víctor Gaviria; No nacimos pa’ semilla, de Alonso Salazar; Al filo de la calle, de Luis Carlos Gaona; Medellín es así, de Ricardo Aricapa, y películas como Rodrigo D no futuro, La vendedora de rosas y Sumas y restas.

Propuestas que, escribió Juan Rodas en el libro Ni Cró Ni cas, en el que habla sobre la picaresca en Medellín, fueron denunciando unas costumbres, unos modos de ganarse la vida, unos espacios geográficos que no se conocían y unas circunstancias sociales que mostraban una sociedad decadente e injusta.

Además, figuras de la música como Juanes y deportistas como Rigoberto Urán, y su importancia en las letras de punk, ayudaron, y siguen ayudando incluso, en ese papel de difusión.

José Ignacio precisa que la incursión en la prensa y en la literatura le ha dado legitimidad: se habla de zonas calientes, de lugares que son ollas a las que no se puede ir.

Esa aprobación ha hecho que ya no se mire feo a quien use el parlache, porque sus términos se unieron al lenguaje coloquial antioqueño, es decir, el de los paisas. Incluso algunas palabras han llegado a otras ciudades. Ya no es peyorativo llamarle parceriwafer a un amigo.

También, desde 2001, han entrado varias al diccionario de la RAE. Si busca bombón, a la acepción de dulce, se le añade otra, que es una persona atractiva, con la precisión de coloquial. Justo el significado en este argot.

Aunque para el periodista Aricapa, una vez un término entra al diccionario se vuelve castizo. Se pasa al español y deja de ser de la jerga. El diccionario, dice, es la tumba en la que van a morir las palabras.

Otro elemento importante es que muchos de sus vocablos han ido perdiendo la connotación violenta o grosera, y dependen del contexto. Nea puede ser cariñoso o no. Al amigo se le puede llamar así, y eso que viene de gonorrea, que empezó siendo un insulto terrible, que no lo es necesariamente ahora. Esta palabra puede funcionar en el sentido de ¡ay, gonorrea!, se dio un golpe muy duro con esa puerta.

Así, añade Rodas, el parlache se ha instalado en otros lugares, y ha perdido su carga semántica. La que se utilizaba en el mundo de los sicarios, dice, pasó de moda. No son las mismas circunstancias históricas, y eso igual explica su adaptación a la vida cotidiana. Para Rodas, ello implica que ya no tenga la fuerza de antes, aunque siga siendo motivo de estudio y análisis.

¿Y vos qué?

Usar palabras del parlache no significa hablarlo. Simplemente es parte de la relación social, de que un término resuene y se use en otros contextos. José Ignacio explica, citando a la investigadora francesa Denis-François, que los argots comienzan como lenguajes marginales y terminan siendo patrimonio de los hablantes. Permea, por supuesto, aunque, precisa, no del todo.

Al lunfardo en Argentina, igual le pasó. Si el parlache le parece antiguo, sus orígenes son de los años 70, mientras que el argentino tiene más de un siglo.

Explica Luz Stella, la doctora en filología, que cuando este surgió igual había significados vulgares, con una carga muy fuerte. Mina era una prostituta que se enamoraba de uno de sus clientes, quien la explotaba. Ahora un argentino puede decir sin problema que María es una mina lo más de adorable. Ya no es prostituta, es mujer. Perdió su connotación con el tiempo.

Por ello el contexto es fundamental, también la capacidad verbal de cada persona, y ahí sigue dándose una diferencia entre los hablantes. En promedio un individuo utiliza unas 1.500 palabras en su vida diario. Eso depende de la amplitud léxica y el nivel cultural. Un académico utilizará más.

Las palabras que del parlache se utilizan en la vida cotidiana son para contextos informales: para hablar con los amigos, con gente conocida y cercana. En una reunión de trabajo, al presidente de la empresa no le dirán parce.

El contexto situacional importa: con quién se habla y dónde. De él depende qué palabras se usan y cómo. En ese sentido, se marca la diferencia: qué tan amplio es su capacidad verbal para encontrarle a parce un sinónimo de acuerdo con el espacio en el que se esté expresando, y así buscar una palabra más universal. Hoy voy a trabajar, en lugar de voy a camellar.

En sus investigaciones, Luz Stella y su equipo recogieron 270 historias de vida, de muchachos de grado once de la periferia, y encontraron que tenían grandes falencias. Los auténticos hablantes de parlache son personas de los barrios pobres y deprimidos de la ciudad. Allí todavía hay esta jerga, y evoluciona con el tiempo. Nanay cucas ya es una expresión vieja para decir no.

Gente de clase media o alta que hable parlache no es auténtica, precisa ella, simplemente se dejaron encantar con ese lenguaje curioso, gráfico, creativo, y hacen el proceso natural: lo utilizan de acuerdo a las condiciones de comunicación, de qué está hablando y para qué.

Los demás que usen estas palabras son, básicamente, personas que utilizan la lengua española mezclada con este argot, igual autorregulados. Trate de decirle ese man a su mamá o a su jefe, y verá cómo lo mira de feo.

Modernizarse

Allí entra la educación. Si alguien aprendió parlache porque en su comunidad lo hablaban, así será la base de su español, y si no estudia, si no sale de allí, si no lee y se relaciona con el mundo, para él no habrá un sinónimo de muñeco, y entonces no tendrá otra manera de expresar que ese muñeco ya está chupando gladiolo en el cementerio.

Ese código restringido, precisa el maestro en lingüística, marca las diferencias: si a una persona de estos sectores más populares la ponen a decirlo de otra manera, no podría explicarlo. No está en su léxico.

Es similar a cuando está aprendiendo otro idioma. Entre menos palabras conozca, menos posibilidades tendrá de expresarse, de buscar sinónimos, incluso de que suene más natural. Maravilloso siempre será wonderful, nunca marvelous.

De esa manera, Luz Stella precisa que la alternativa no es prohibir el parlache, sino darle a las personas la posibilidad de expandir su lenguaje, porque es un elemento fundamental para el éxito en muchos campos, el académico entre ellos.

Y es una forma de enriquecer, porque si la lengua es una manera de ver el mundo, tener una palabra es abrir las posibilidades de expresar un hecho, de ser incluso más precisos, porque aunque los sinónimos existen, hay palabras que funcionan mejor que cualquier otra. Piense en pichurria. No es lo mismo decir faltón o inútil.

El parlache está ahí, como otra posibilidad de decir, recordando que el lenguaje se construye en esa relación con la vida cotidiana.

De ahí también su evolución, como le pasa a las lenguas en general, que van cambiando con el tiempo, con el uso. El periodista Ricardo Aricapa cuenta que el parlache de ahora es más moderno, y que en los barrios no hablaban con el tono, llámese nea si se quiere, que es característico de ahora.

El cómo se crean los términos tiene su historia. Parcero viene del portugués parceiro, explica Luz Stella, que significa socio, y cuando los raspachines brasileños y colombianos se encontraron en las cocinas del narcotráfico, allá en la frontera, los de este lado la escucharon y la españolizaron, y en la misma relación con otros se ha vuelto parce, parcero, parcerín, parcerito, parceriwafer, parcerote. También está el parche, que es donde se reúnen los parceros, y el verbo parchar: yo parcho, tú parchas, ellos parchan.

Aunque esa, que es quizá la palabra más universal del parlache, todavía no está en el diccionario. Pailas.

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