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Claudia sueña una U donde la conversación no pare

Será la primera rectora de Eafit en 60 años de historia. Cree en la cultura y la educación como valores inseparables y estos son sus sueños para su alma mater.

  • Restrepo fue secretaria de Educación para la Cultura de Antioquia de 2005 a 2007, durante la primera gestión de Aníbal Gaviria como gobernador. FOTO Edwin bustamante
    Restrepo fue secretaria de Educación para la Cultura de Antioquia de 2005 a 2007, durante la primera gestión de Aníbal Gaviria como gobernador.
    FOTO Edwin bustamante
  • Foto: Edwin Bustamante Restrepo
    Foto: Edwin Bustamante Restrepo
  • Foto: Edwin Bustamante Restrepo
    Foto: Edwin Bustamante Restrepo

Si algo se ha permitido Claudia Restrepo Montoya en su vida es hacerse preguntas. Muchas. Cuantas sean necesarias. Las ha necesitado como una corriente que le permite navegar hacia las soluciones para la vida profesional y personal. “Digo que como administradora soy muy buena filósofa y como filósofa soy muy buena administradora”.

Esas dudas que saltan en su cabeza la condujeron a querer estudiar un doctorado en Filosofía, así tuviera trabajo a borbotones y un montón de ideas que buscaba cómo desarrollar desde su cargo como Responsable de Personas y Familias en Comfama.

Le decían que si estaba loca, que a qué horas iba a poder sacar adelante un doctorado. Pero como para ella el estudio ha sido un espacio de absoluto deleite y un hobbie. “Yo dije: no, necesito pensar sobre el mundo, reflexionar sobre la vida, leer a la gente que está pensando en este momento en educación y cultura”.

La pregunta en torno a la que gira su ejercicio doctoral es sobre el humanismo y la técnica, como lo ha ido equilibrando en su vida profesional. “La tesis que tengo es que eso tiene una conexión súper profunda, porque finalmente los seres humanos cuando tomamos decisiones lo hacemos desde lo que sabemos hacer, y también desde quiénes somos”.

Se prepara para un empalme con Juan Luis Mejía, a quien acudido muchas veces a lo largo de los años. “Ha sido una conversación de vieja data”, que ella espera no se detenga después de recibir el cargo en la universidad, uno que ocupará, por lo menos, durante cinco años.

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No se le cruzó por la cabeza ser rectora de Eafit, donde estudió su pregrado y se formó como docente e hizo una especialización en Estudios Políticos. Sobre esa pregunta recurrente, ¿cómo se ve en cinco años?, dice que del budismo ha aprendido a vivir en el presente, por eso de pronto no se imaginaba llegar a ese nombramiento. De hecho, esa es una pregunta que prefiere reformular. Le gusta más, “¿cómo me quiero sentir en cinco años?”.

En 2016, cuando era gerente del Metro, respondió que en cinco años se quería sentir útil, que estaba transformando vidas y sentirse retada, “pero eso lo podía lograr siendo gerente del Metro o siendo profesora de un colegio”. Para ella el universo es tan grande y amplio que imaginarse en un solo lugar era como estar sesgada a las puertas que se podían abrir. Y se abrieron las de la universidad.

Afortunadamente, ante este reto, ha logrado sentir lo que se soñó y para Eafit tiene ya un montón de sueños. Asume el mando con una pandemia en curso, al igual que en un momento de la historia donde hay preguntas mayúsculas para la educación superior, su adaptación a nuevos panoramas virtuales y su lugar como un espacio para poner en común las visiones, cada vez más diversas, de quienes conforman la comunidad universitaria.

Para balancear las cargas seguirá haciendo yoga y parándose de cabeza para que las ideas le fluyan de otra manera. También estudiará, porque aún le quedan por lo menos otros tres años de doctorado, y claro, seguirá haciéndose preguntas porque es cómo siempre ha sabido liderar.

Es la primera mujer rectora en seis décadas en Eafit, ¿qué siente que ha cambiado para que sea posible?

“Significa mucho y los mensajes me lo han confirmado por varias razones. Para la universidad, para las mujeres, e incluso para mí, porque primero las mujeres que hemos sido educadas de manera liberal, que hemos podido acceder a la educación, con todos los privilegios que puede tener una educación liberal, a veces se nos olvida lo difícil que es romper techos de cristal. Sentimos que para nosotros, en principio, no ha sido difícil y digo ‘en principio’ porque ya después uno se pone a pensar en retrospectiva y se da cuenta de que sí ha sido difícil, pero nos cuesta aceptarlo.

Tenemos que saber que para las mujeres hay un momento en el desarrollo de nuestras carreras en el que nos quedamos en techos. Alguna amiga me decía esta semana: ‘Claudia, tumbaste un techo de cristal para todas nosotras, que seas la rectora de la universidad, donde además se forman los líderes, empresarios en diferentes áreas, y que llegue una mujer, definitivamente es un mensaje de que la voz femenina puede ser una voz de liderazgo, hay un rol de capacidad’.

A veces la discusión es que ‘yo no llego por ser mujer’, eso lo vas a escuchar mucho cuando una llega a un rol de poder. Lo primero que uno trata de decir es que uno no llegó ahí por ser mujer, uno llegó ahí por la capacidad, pero lo cierto es que a veces las mujeres tenemos muchas barreras más para llegar que los hombres. Podemos ser igual de capaces, pero hay ciertas barreras culturales e incluso personales. Las mujeres tenemos más barreras invisibles y se nos presenta mucho el síndrome del impostor, que es preguntarse, ¿será que sí puedo?

Entonces lo que creo es que, en general, para las mujeres esto es un mensaje de que, primero, lo podemos hacer. Segundo, la ciudad y la región ha madurado para poderlo hacer, porque esto no significa solo que nosotros podemos romper nuestras barreras sino que un Consejo Superior como el de la universidad, que está representado por empresarios, por personas del mundo de la cultura y de la sociedad en general, puedan tomar una decisión, con toda la libertad, de elegir a un rector que tenga la capacidad y que no sea importante si es hombre o mujer. Para mí esa ha sido una de las cosas más bonitas de todo esto, porque es la felicidad de llegar a Eafit, pero también la alegría de sentir que es un mensaje poderoso para la sociedad y para el liderazgo de las mujeres”.

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Ha tenido una experiencia académica que va desde la administración, los estudios políticos y la filosofía. Empieza por los números y ha ido yendo hacia lo humanístico. ¿Qué le ha dado esa combinación?

“Hay un punto que los conecta. Cuando era pequeña mi sueño era ser profesora, yo amaba dar clase, me encantaba la idea. Luego con el tiempo me volví defensora de los pobres y quería ser abogada. Cuando terminé el colegio yo tenía 16 años y no puedo decir que uno a esa edad tome las mejores decisiones sino que las toma con la información que tiene.

Lo que me condujo a la administración era que a mí me gustaba saber cómo funcionaban las cosas y hacer que funcionaran. Uno podría decir que eso es de la ingeniería, pero no, la administración y la gerencia tienen una pregunta frente a cómo lograr que las cosas pasen. Administrar o gerenciar es tratar de lograr hacer eso y lo que uno hace es responder preguntas. Va a sonar superloco porque eso tiene mucho de filosofía, yo no puedo decir que sean dos carreras que yo separo. Para mí la filosofía es la madre de la pregunta y de la indagación, aprender a hacerse las preguntas esenciales y de fondo.

Yo, por ejemplo, por mucho tiempo, cuando enseñaba Teoría Administrativa, les decía a los estudiantes: “¡Ojo que el administrador muchas veces viene a buscar los cómos, los métodos, los cómo logro, y la pregunta más importante del administrador es el qué: ¿qué hay, qué tenemos que hacer, qué opciones tenemos, cuál es la pregunta de fondo, qué tenemos que preguntarnos, cuál es el reto?

Entonces para mí, lo que hay detrás es una pregunta de fondo que he resuelto desde perspectivas distintas. Una muy práctica, desde el hacer del mundo: cómo transformar y cómo hacer que las cosas cambien, y otra desde la teoría del humanismo desde la pregunta esencial. Si vos me preguntás, yo sería una que diría que ojalá todos los gerentes fueran filósofos, literatos, humanistas, porque realmente es algo que se fusiona.

La filosofía para mí, puede ser muy particular, pero es uno de los saberes que más me han servido para el ejercicio gerencial, y si le preguntas a alguien que ha trabajado conmigo, te dirá: ‘es que Claudia para gerenciar es una filósofa’”.

Foto: Edwin Bustamante Restrepo
Foto: Edwin Bustamante Restrepo

¿Qué es educar y qué es la cultura?

“Esa pregunta tiene una parte personal y otra de circunstancias, porque el universo es perfecto. Yo tengo una historia familiar muy particular que muy poca gente conoce y es que soy la sexta de una familia formada por dos papás que fueron campesinos en el suroeste y que por situaciones de violencia en su época no pudieron estudiar. Ellos estaban obsesionados con el ejercicio del estudio, el estudio y aprender lo eran todo. Como no habían podido estudiar, fueron autodidactas. Mis papás solo pudieron hacer primaria, así que les tocó alfabetizarse y construir ese mundo de una manera muy autodidacta. En mi casa el tema del aprendizaje y el estudio fueron una obsesión, todo pasaba por estudiar y cuando a uno le pasa eso tiene dos opciones: lo odia porque se vuelve muy agotador, o lo ama. Lo que a mí me pasó fue que me enamoré de aprender, me gustaba la técnica del aprendizaje y enseñarle a mis compañeros.

Cuando me gradué de la universidad empecé a trabajar e inmediatamente a enseñar, me conecté de una vez como profesora y dictaba dos o tres clases. Duré seis años dando clases de 6:00 de la mañana y 7:00 de la noche, eso para mí era el deleite y enseñaba teoría administrativa y de organizaciones.

En algún momento intenté dedicarme solo a la docencia durante un semestre, pero me di cuenta de que me hacía mucha falta el mundo de las organizaciones, tomar decisiones, ese estrés. La circunstancia llegó y fue que terminé trabajando en lo público por un accidente. Aníbal Gaviria, quien en ese momento no me conocía, me pidió que ayudara en un empalme cuando estaba en la gobernación. Yo en la ingenuidad, porque en esa época en Eafit no había formación en lo público, yo fui a un empalme, les ayudé en algunas cosas y luego me llamaron a decirme que me iban a nombrar secretaria.

Llegué de una manera accidental, así duré como dos años y luego renunció el Secretario de Educación, que ya se retiraba, y yo estaba liderando los proyectos de lucha contra la pobreza, uno de los temas fuertes era el de educación. En Educación hay mucha academia, docencia e investigación, pero no mucha gestión educativa. Apareció la Secretaría de Educación para la Cultura, yo creo que les tocó escoger a la gerente y yo me metí una empeliculada. Es el trabajo más hermoso que he tenido, el de Secretaría de Educación de Antioquia. Ahí encontré mi elemento, ese punto en el que vos vibrás. Supe que me gustaba gerenciar empresas educativas, me encantaba enseñar, también toda la parte de atrás de la educación. Para que un profesor llegue a un aula pasan un montón de cosas que uno no conoce.

Yo no creo que la educación esté por una parte y la cultura esté por otra. Siento que, de hecho, la educación del futuro se parece más a la cultura que a lo que es hoy la educación. Hoy un colegio debería parecerse más a un museo, a un parque interactivo o a un centro cultural que a un colegio como lo conocemos. Para mí la cultura es como el proyecto natural de la educación y lo digo porque, por ejemplo, si por educación fuera, las mujeres no habríamos votado, no nos habríamos educado y la cultura fue la que hizo la resistencia.

La educación se vuelve tan formalizada que se vuelve muy de estatus quo, pero la cultura siempre debe estar presente para hacer resistencia, para que sea la que resista y para que diga ‘está muy bien, estamos educando no solo a la gente de hoy sino la del mañana, y en esa están todos los rebeldes que construyen la cultura’”.

Con esa idea de educación y cultura en mente, ¿qué se sueña para Eafit desde ya?

“La universidad de la que yo me gradué es muy distinta de la que voy a ser rectora. Yo egresé en 1997 de una universidad con una mirada muy técnica, éramos buenos financieros, en mercadeo, en talento humano, pero no era una universidad con una riqueza ni con un proyecto cultural y humanista poderoso.

Cuando egresé empezó una revolución por lo cultural y, de hecho, yo hice parte como estudiante de todas esas preguntas en torno a lo cultural. Yo fui una de las fundadoras de un grupo que se llama GPG (Grupo de Proyección Gerencial) y ayudé en la fundación de programa de tutores, y era lo que en ese momento se llamaba monitora del proyecto de valores y cultura porque en ese momento no había humanidades. Ahora es otra universidad.

Hoy recibo un testimonio de una universidad con una profunda riqueza cultural y humanista, con seis escuelas, con una combinación de escuelas de ciencias, de humanidades y de técnica y gerencia. Ya recibo el testimonio de una universidad que ha comprendido el concepto universal de la educación.

¿Y qué pasa con los retos? Son de otra magnitud. La noción que le dio origen a la universidad es esa que la hace poderosa para formar líderes y personas que son capaces de tomar acción y decisión en todas las áreas. La naturaleza de Eafit es que nutre tu liderazgo de una manera importante independientemente de lo que estudies, tiene eso en su ADN, pero adicionalmente es una universidad con una riqueza humanista gigante, donde el arte y la cultura se han tomado la universidad y hoy tienen un valor inmenso.

Esto tiene unos retos que son propios del momento de lo que estamos viviendo, no podemos ser ajenos a que la educación, en general, está bajo un montón de desafíos y preguntas. La educación superior sí que lo está y no solo acá, en el mundo entero. ¿Por qué? Los jóvenes se están preguntando si es la universidad el lugar donde quieren estar o quieren hacerse otras preguntas, porque la cuarta revolución es más que una revolución tecnológica, tiene que ver con el aprendizaje y el pensamiento. Seamos sinceros, no se trata de que la gente use los computadores o que nos conectemos y hagamos reuniones con más facilidad, se trata de que las personas aprendemos distinto.

Los jóvenes que vienen tienen una mirada de aprender distinta. Primero, tienen acceso a toda la información y más, yo antes tenía que ir a la biblioteca para consultar algo. Hoy todo está a un clic, tanto que hay tanta información que lo que hace es que te conduce al error, tenés más información de la que puedes abarcar. La realidad es mucho más omnipresente, puedes estar en un montón de lugares a la vez. Aprendes distinto, la cotidianidad es distinta, las decisiones se van a tomar de manera diferente, entonces no me puedo seguir educando como lo hacía en el siglo XX.

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La universidad tiene muy claros cuáles son sus desafíos. ¿Cuáles son? Primero, ¿qué va a pasar con la comprensión de la universidad hoy entre la virtualidad y la presencialidad? ¿Cuál es el rol de las universidades en eso y cómo los campus universitarios se vuelven sitios de experiencia y en sitios para vivir? ¿Cómo cambia la docencia? Segundo, las universidades son investigadoras, ¿cómo lograr que la investigación sea cada vez más útil a los entornos donde está? Cada vez hay que buscar más la brecha. Durante mucho tiempo la docencia se ha planteado como docencia, extensión, proyección e investigación, cada vez las diferencias son más difíciles de conservar porque, por ejemplo, hay muchos estudiantes que deciden estudiar bajo la lógica de la extensión. Hacer cursos, hacer estudios de código durante unos meses o un par de años. La educación, en este momento, está pensada de manera distinta.

Cuando me preguntas, ¿qué va a pasar con la universidad? La universidad en ese colectivo que es, porque las universidades nacen desde una perspectiva gremial en la historia de la humanidad, el gremio donde se juntaban aprendices y profesores, juntos vamos a tener que buscar cómo resolver esos desafíos, cómo ser cada vez más valiosos en el ámbito de la industria en la que estamos, de las empresas, de la sociedad.

Se nos junta todo: cambio climático, ecología, tecnología, cómo conectar humanismo y técnica. La universidad tiene todo el potencial en este momento, un proyecto educativo potente, lo que necesitamos es cómo ese proyecto educativo responde a los desafíos de un nuevo momento y una nueva historia. Un momento atravesado por una cuarta revolución que no es como la pintan, sino una cuarta revolución pensada desde la perspectiva de cuáles son las nuevas profesiones, los nuevos retos y nuevos lenguajes, como el código. Ahora necesitaremos unas mínimas de programación o saber cómo funciona un algoritmo, por qué el algoritmo me hace tomar buenas o malas decisiones y tengo que pensar en como se toman decisiones en este nuevo contexto.

Así que más que pensar en proyectos concretos, porque siento que solo vas a darte cuenta cuando llegues ahí y sería muy atrevido de mi parte decir qué puedes hacer hasta que sabes en qué estas, sí tenemos muy claro, porque el mismo consejo superior cuando estaba haciendo el proceso de selección del rector, muchas de sus preguntas iban hacia ese punto: ¿qué pasa con el cambio demográfico?, ¿el tema de la docencia y la investigación?, ¿qué pasa con un contexto de más inclusión y diversidad en el ámbito educativo?

Este es el momento en el que se piensa que en las universidades los jóvenes cada vez son menos, la investigación tiene que ser cada vez más aplicada, la tecnología es un reto y la diversidad también. ¿Cómo hacemos para que todos esos elementos de cambio lleguen en un nuevo periodo de esa universidad que tiene todas las capacidades técnicas y humanistas? Lo que tiene que lograr es que la conexión de esas escuelas sea suficientemente atractiva y valiosa para la sociedad. Para que los estudiantes, las empresas y las organizaciones sociales te elijan como la respuesta a esas preguntas. ¿Qué es la universidad? Es el lugar desde donde nos imaginamos el futuro.

Foto: Edwin Bustamante Restrepo
Foto: Edwin Bustamante Restrepo

Con toda la coyuntura del coronavirus, ¿qué tan relevante se vuelve la universidad y qué tanto tiene que adaptarse a lo nuevo?

“Me parece que el coronavirus, con todo lo complejo que nos ha dejado y las fragilidades que nos ha mostrado como sociedad, nos metió una acelerada gigante alrededor de una revolución del conocimiento. Muchas empresas y organizaciones venían hace 10 años hablando de transformación digital. Se proponían opciones de teletrabajo, pero no siempre había forma, le metías toda la tecnología y no sucedía.

Esto del coronavirus metió 10 años en seis meses y básicamente hizo que las organizaciones tuviéramos que llegar a recoger todo lo que teníamos que recoger rápidamente: aprender que el teletrabajo se puede, que las herramientas tecnológicas las podemos usar al servicio del aprendizaje. Todo, obviamente, de manera muy rápida y nada volverá a hacer igual desde esa perspectiva. Todos aprendimos a hacer transacciones digitales, la gente que no estaba bancarizada lo hizo rápidamente para poder hacer las transacciones. Eso es muy valioso y eso nos puso en otro nivel y en otra escala. Muchas de las cosas que están ahí, ya están ahí para resolverse, pero tú ahí no vas a resolverlo todo.

¿Para qué le sirve la tecnología a la educación? Para que accedamos a la información más rápido, para que nos podamos ahorrar un montón de cosas que antes teníamos hacer de manera presencial. Nos dejó tiempo para que haya talleres, conversación, foros. Si lo aprendemos, puedo dejar un documento o un video para que la gente vea las bases de una cosa y luego simplemente planear encuentros como foros y discutir. Lo que pasa es que eso implica una revolución completa en el que aprende y en el que enseña.

Hace dos años dictaba Colombia en el Ámbito Internacional. Me reía de mis estudiantes porque son todos millennials y centennials, pero les encantaba que los pusiera a hacer cosas del siglo XIX. Uno les pone un trabajo y se dividen. Eso es Taylor, cuando la gente hacía distribución de la tarea, ¿no pues que tan millennials e igual hacen cosas como se hacían en el siglo XIX? Es un cambio de pensamiento porque la humanidad ha logrado desarrollar tecnología y acceso a la información para facilitar muchas cosas de la vida, pero no va a facilitar el pensamiento crítico, la conversación, tampoco la innovación y creatividad.

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La tecnología no nos va a facilitar ir y charlar ideas mientras nos tomamos un café. Vea, lo más poderoso que tiene una universidad se llama cafetería. Cuando hacemos centros culturales en Comfama, por ejemplo, les digo que lo más importante es el café. Siento que el café, la conversadita son importantes. Ya tengo bases de datos, pero la gente discute que si el libro digital o físico, los dos para dos cosas distintas. El digital es lo mejor cuando uno está investigando, el material es ideal para una novelita, uno con el mar al lado en una hamaca, leyendo en un libro. Sentir el olor, rallarlo, tocarlo, dibujar.

La sociedad nos quiere meter que eso se divide y lo que uno tiene que tratar de entender que son soluciones distintas a problemas distintos. La virtualidad se va a quedar para resolver problemas que nos ahorraron un montón de tiempo, pero no nos ahorró la investigación, la tallereada, los foros, la conversada, los encuentros. Implica un reto frente a qué cosas migramos a lo digital y qué cosas conservamos en el mundo de lo presencial.

La universidad va a ser muy valiosa por una sencilla razón, porque hasta que la humanidad desee aprender, la universidad será el lugar natural para hacerlo. A diferencia de la universidad, los colegios, a los que amo profundamente, están mediados por la decisión de los papás, del profesor y de la institución, porque todos estamos estudiando lo mismo. La universidad está mediada por las decisiones y los proyectos de las personas que están ahí, porque cada uno está estudiando una cosa distinta, así todos estén estudiando la misma carrera. Cada uno la está haciendo para cosas distintas, le interesan cosas distintas, es el lugar donde cada uno de nosotros hace su proyecto de aprendizaje. Eso, a menos de que tengamos una mirada muy triste donde los seremos humanos vamos a dejar de aprender, eso no lo reemplaza ningún otro lugar. La universidad es donde uno hace un proyecto de vida y llega y no se va.

Mi sueño es que dejemos de egresar de la universidad, nosotros no deberíamos ser egresados: como que usted ya entró y sigue siendo de la universidad toda la vida. Simplemente usted se gradúa de unas cosas, pero uno no egresa de un lugar al que siempre vuelve a actualizarse. Las universidades van a ser más lugares de conocimiento de los cuales todos somos parte”.

En un mensaje de agradecimiento cuando se enteró de la noticia hablaba de la construcción colectiva, ¿la diferencia es lo que hace que al construir juntos se logre un proyecto?

“La belleza de las universidades es que son una construcción colectiva porque, en principio, tiene que constituirse por los diferentes estamentos que la integran: estudiantes, egresados, docentes, investigadores, colaboradores, administrativos, padres de familia. Es decir, lo más complejo o retador para un rector o una rectora es que cuando uno habla de comunidad educativa, en el ámbito de la educación eso es una cosa real, es una comunidad, y cada decisión que toma uno tiene un impacto sobre los estudiantes, sobre los padres de familia que tienen unas expectativas sobre la formación de esos estudiantes, sobre los docentes e investigadores que no solo están educando a los jóvenes sino construyendo conocimiento. Las personas que se levantan todos los días a que se abra la universidad, todos tienen un papel súper importante porque la universidad educa desde la portería.

Lo valioso es que no hay forma de que una universidad tenga éxito a menos de que toda la comunidad que la rodea esté conectada con esos propósitos colectivos de la misma. Eso es lo más mágico que tienen las instituciones educativas: que son una sumatoria y hay una conversación activa de personas que tienen, además, intereses distintos. Todos queremos la educación pero tenemos miradas distintas. ¿Cómo nos ponemos de acuerdo en esas lógicas y juntos nos vamos a dirigir una institución cuyo propósito, como lo plantea Eafit, es inspirar y generar conocimiento que forje humanidad y sociedad? Ese es el propósito, ¿qué tenemos para aportarle a eso?”

¿Ya ha hablado con Juan Luis? ¿Se tomaron un café? ¿Le ha dado algún consejo?

“Yo debo decir que he tenido una conversación muy larga en la vida con Juan Luis. Yo he tenido como tres maestros o tal vez cuatro muy importantes en mi vida y Juan Luis es uno de ellos. Mi conversación con él ha sido de vieja data, siempre lo he consultado en diversos momentos de la vida. Creo que lo que sigue es una conversación, sobre todo, sobre esos afectos. Como: “¡Ojo con esto! Cuídeme esta cosita... Póngale cuidado a esta flor u ojo me descuida el parque”. Además que es una conversación que espero que no termine aquí, espero que siga”.

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