Durante los últimos meses, los productores cafeteros han soportado la confluencia de un conjunto de factores que han tenido como consecuencia la caída de los ingresos provenientes de su actividad productiva.
A la conocida baja producción y productividad de los cafetales, se le suman unos niveles de precios internacionales del grano que no se recuperan y la revaluación de la moneda.
Esto se da no obstante el decidido apoyo que tanto este Gobierno como el anterior le han brindado a este sector agrícola. Sin duda, desde el Ejecutivo no se han ahorrado esfuerzos para, dentro de las limitaciones fiscales que el país tiene, se apoye el desarrollo de la caficultura.
Así, desde hace algunos años se viene ejecutando el Programa de Renovación Cafetera, con el cual se busca adecuar los cafetales con variedades más precoces, productivas y resistentes a las plagas. También se han implementado programas de control de enfermedades. Amén de diversas ayudas económicas, como el Apoyo al Ingreso del Caficultor (AIC).
Sin estas medidas y apoyos gubernamentales, muy seguramente la situación que enfrentan los caficultores sería aún más grave.
La dificultad para alcanzar, mayores niveles de productividad pone de relieve que la crisis que vive el sector tiene, de fondo, un problema estructural más grave. Esto hace que, en un escenario de precios internacionales a la baja, y que afecta por igual a todos los países productores, nuestra caficultura pierda participación en el mercado.
Diversos estudios revelan que el problema de la caficultura tiene que ver, concretamente, con la competitividad, pues hay rigideces y señales que no incentivan la búsqueda de mayores niveles de productividad.
El caficultor no está fertilizando en los niveles recomendados. Tampoco está utilizando las variedades más adecuadas para las condiciones específicas de los terrenos y se han abandonado otras buenas prácticas culturales, mientras que las nuevas generaciones, de capital humano más preparado, no están llegando a las fincas.
Sin estos esfuerzos del propio productor cafetero, los apoyos actuarán sólo como paliativos y la situación tenderá a agravarse, pues el ingreso de los caficultores se irá deteriorando progresivamente.
Por tanto, se requiere revisar el marco de incentivos que percibe el caficultor y atacar el problema en su origen, la falta de competitividad en finca. Sin ello será muy difícil hacer realidad la recuperación y la sostenibilidad de esta industria. Y cada vez habría motivos para alentar una nueva protesta.
Por esto es prioritario diseñar una política que promueva mayores niveles de productividad a nivel predial y regional, de la mano de un programa de apoyos focalizados y dirigidos a incrementar el ingreso de los pequeños productores.
Es indudable que la situación de los cafeteros es crítica, y que el Gobierno debe persistir en el diálogo como la vía para llegar a acuerdos, pero no sobre la única base de nuevos auxilios con cargo al Presupuesto.
El paro no resuelve el problema de fondo de la falta de competitividad y menos la crisis del sector, aunque hace evidentes las fisuras que tiene el gremio, pues si bien la Federacafé, que representa a más de medio millón de familias que dependen del grano, rechaza la protesta, esta ha tenido eco, aunque no mayoritario, en otros sectores cafeteros.
De ahí la propuesta del presidente Juan Manuel Santos de convocar una comisión que modernice la institucionalidad cafetera, para que la solución a las recurrentes crisis surjan del propio gremio, alejando de paso toda intervención política, que más mal que bien le puede hacer al futuro de esta actividad, tan decisiva en el bienestar de la gente del campo.
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