Han pasado cuatro meses desde que Henry Pérez salió a echarle agua a unos palos de limón y piña en su finca, y no volvió. Es como si el Catatumbo, esa tierra que se tragó por siete días a tres periodistas, lo hubiera guardado en sus entrañas selváticas para que no apareciera.
Y no aparece, pese a la búsqueda de días enteros por caños, senderos y cuánta montaña tiene esta región en la que moverse tiene ciertas restricciones impuestas a la fuerza, sobre todo si se es extraño.
Cuenta Elibeth Murcia, esposa de Henry, que ese 26 de enero hacía un calor infernal, de esos que te dejan un lengüetazo mojado en la piel. Por eso el labriego se levantó a las cuatro de la madrugada. “Hacía mucho verano, entonces él se fue a la finca. Después tenía una cita y no sabemos si asistió o no. Desde entonces no se sabe nada de él”.
El encuentro del que habla Elibeth era entre su esposo y un vecino que le pidió unos palos de limón. “Se desapareció, no se sabe nada más de él hace cuatro meses”, cuenta la mujer en su casa en La Gabarra, Norte de Santander. En la finca, tras días de búsqueda, solo encontraron el sombrero del campesino y la linterna.
Hoyo negro del secuestro
La complejidad del Catatumbo ha convertido esta región, según las autoridades, en una de las zonas preferidas por los delincuentes para el secuestro. Afirma Inteligencia Militar que su cercanía con la frontera con Venezuela hacen de este un territorio propicio para secuestrar ciudadanos.
Es así como entre 1984 y 2015 se presentaron 1.566 casos de secuestro en esta región. Los picos más altos de este flagelo fueron en 1999 (189 casos) y en el 2004 (182 casos), según datos de la Fundación Ideas para la Paz. El año pasado, siete familias padecieron este flagelo. “Este delito es perpetrado por todos los grupos armados ilegales”, dice el investigador del Ejército (ver gráfico adjunto).
Entre estos casos se cuentan los de los dos jóvenes Jaiver Navarro y Cristian Romero Rincón, desparecidos por una semana sin que ningún grupo se atribuyera su retención, y el de Melissa Trillos, una abogada secuestrada en Ocaña, cuyos autores son, según el Gobierno, el Eln, y cuyo acto fue desmentido por esta guerrilla.
Isabela Marín Carvajal, investigadora de la FIP, consignó en el informe “Conflicto armado y su impacto humanitario en la región del Catatumbo” la presencia de Farc, Eln, Epl y las bandas criminales como principales actores armados.
“En la actualidad, las Farc son el grupo guerrillero más fuerte en la región en cuanto a la intensidad de su accionar. La organización hace presencia a través del Frente 33 (también llamado ‘Mariscal Antonio José de Sucre’) y las columnas móviles Arturo Ruiz y Resistencia Barí, y la compañía Resistencia del Catatumbo”, dice la investigadora.
Además, los elenos consolidaron su presencia con el Frente Camilo Torres en Tibú, Teorama y San Calixto. “En este último también está el Frente Luis Enrique León Guerra y el Colectivo Héctor. Finalmente, el EPL, aunque no es muy clara su ubicación, la influencia estaría concentrada en Hacarí, extendiéndose hasta San Calixto y La Playa”.
Para contrarrestar las acciones delincuenciales de estos grupos, el ministro de Defensa, Luis Carlos Villegas, anunció hace un mes la creación de un Gaula Militar y un bloque de búsqueda; 145 hombres harán parte de esas nuevas unidades militares.
El viernes, luego de un consejo de seguridad, el presidente Juan Manuel Santos reiteró su disposición de brindar más seguridad al Catatumbo. “Vamos a hacer una intervención con mucha más presencia de la Fuerza Pública, y al mismo tiempo sabemos que tenemos mucho que hacer en la parte social y en los proyectos productivos”, dijo.
Sin embargo, la solución no son más hombres o armas. Así lo piensa Olga Quintero, de la Asociación Campesina del Catatumbo, Ascamcat. “La solución no es con más Fuerza Pública. Acá se necesita una intervención social que pueda solucionar todas las necesidades de la población. No somos guerrilleros o delincuentes, somos gente trabajadora que merece más oportunidades”.
Pedimos igualdad
Desde su casa, Elibeth Murcia no entiende cómo los periodistas Salud Hernández, Diego D’Pablos, y Carlos Melo regresaron a su casa tras pocos días de desaparecidos, pero de su esposo Henry, “su negro”, van cuatro meses sin tener rastro.
Las lágrimas, como una cuchilla afilada, dividen sus palabras. Respira y dice: “yo pido y exijo el derecho a la igualdad, porque así sea un campesino, es una persona, como son las que aparecieron. Yo no digo que no lo hayan buscado, pero no con el mismo despliegue”.
La búsqueda de este líder campesino, amado por su dos hijos y por toda la comunidad según sus allegados, ha sido asumida por amigos que, en grupos de 100, se internan en la manigua para buscarlo.
“Mire cómo fue de inmediata la respuesta del presidente y las entidades nacionales e internacionales por los periodistas; y por Henry no hubo esa misma búsqueda, sino a él ya lo hubieran conseguido”, se queja Elibeth.
Las últimas palabras de la esposa del líder campesino Henry Pérez son para los captores. Les pide que se lo devuelvan, o que por lo menos envíen una prueba de supervivencia para calmar el dolor que la agobia desde el día en el que salió a echarle agua a los limones y no regresó.