Shirly María Lauren Estrada recuerda bien el día que se enlistó como soldado voluntaria y los sueños que tenía de hacer patria desde cualquier trinchera que la vida le pusiera. También se quedó en su mente la fatídica tarde del viernes 30 de junio de 1999. Había sido seleccionada en el último contingente de mujeres para el Gaula del Ejército, su misión era como secretaria del mayor Mora ayudar a solucionar casos de secuestros y extorsiones.
Ese mismo día sus compañeros llegaron triunfantes de una operación que permitió el rescate de un secuestrado. “Llegamos al lugar, estuvimos celebrando y hasta pensamos salir esa noche a la inauguración de la Feria de las Flores, eran risas, felicitaciones, muchas cosas positivas, cuando de un momento a otro el centinela que estaba afuera, que fue al que el carro lo partió en dos, lo único que gritó fue ‘¡Bomba! ¡Bomba!’, no alcanzamos a reaccionar, todo voló”.
Las Farc detonaron un carro bomba con 50 kilos de dinamita. El saldo trágico: 10 muertos y 30 heridos.
Shirly recuerda que cuando cayó al piso no escuchaba nada pero veía brazos y piernas tirados a su alrededor y sangre regada por todos lados, no escuchó lamentos. No oyó nada.
Desde entonces ha pasado por el quirófano 39 veces, todavía tiene esquirlas de granada en el cuerpo, le operaron la nariz, la columna y la cabeza, le reconstruyeron los dos tímpanos y una mano; tiene platinas en ambas piernas, no recuerda cuáles reconstrucciones más ha tenido en ese afán de los médicos de armarla de nuevo. El alma y la mente también las tiene enfermas: ha acudido muchas veces al psicólogo, “pero a pesar de que ha pasado mucho tiempo, sigue siendo muy duro recordar”, dice.
Hacer memoria es difícil para ella, y aunque los recuerdos del dolor y el sufrimiento que le causaron con esa explosión le ha dejado cicatrices en el cuerpo, cree que es necesario que la gente sepa cómo sus Fuerzas Militares dan la vida, la ofrendan, para que haya tranquilidad en el país.
Al preguntarle si puede hablar de reconciliación, Shirly mantiene el silencio seis segundos, en su rostro se dibuja tristeza, y con lágrimas dice: “No, perdón. Esa reconciliación no me va a devolver a esos compañeros que eran mi familia en ese momento. Decir reconciliación para ellos (las Farc) es tan fácil, pero para uno que lo vivió, lo sufrió, que los vio ahí en pedazos, no es fácil”.