Se agota el tiempo en el barrio San Miguel de Mocoa. El lodo comienza a secarse, las enfermedades brotan, los cuerpos se descomponen. Las familias tratan de mover rocas para rescatar sus pertenencias o reconocer a sus seres queridos.
Dos cuadrillas de Bomberos de Cali las ayudan pero, ellos lo admiten, no es suficiente. “Ni hay maquinaria ni condiciones para las labores de rescate, estamos esperando un milagro”, confiesa Diego Díaz, coordinador médico del Cuerpo de Bomberos.
Por las calles destruidas de San Miguel camina Faryd Rodríguez, estudiante de quinto semestre de Medicina de la Universidad de Nariño. Debajo de una roca pudo ver una línea de sangre que terminó en el hallazgo de una persona: “Mire, a mí no me gusta esto, pero viajé porque sentí que las familias podrían tener un poco de paz si saben que sus parientes están aquí”, dice.
Faryd salió de Pasto con dos compañeros de Medicina, José Antonio Ruiz y Fabiana Rodríguez, que lo acompañaron en la travesía. Fabiana viajó en moto con dos familiares. Sus tías están en Mocoa. “No me perdonaría no haber viajado. Ya sé que tres personas en moto es muy peligroso pero quería llegar y ayudar”. El ritmo del tiempo en Mocoa es otro; familias, médicos, todos quieren que la tragedia termine, que las imágenes de la destrucción sean cosa de un pasado lejano, en blanco y negro.
Sentado frente al televisor, Francisco Moncayo, un estudiante de Derecho de la Universidad de Nariño, escuchó el domingo unas cifras que lo dejaron perplejo. El gerente del Hospital de Mocoa, Heraldo Muñoz Mejía, pidió ayuda. El centro médico solamente tenía 37 galenos para atener a cerca de 300 pacientes que llegaron en la madrugada de ese día. Con experiencia en rescate desde niño, “Pacho”, como prefieren que lo llamen, viajó a Mocoa y se unió al grupo de estudiantes de Medicina.
El doctor Diego Díaz, de Bomberos de Cali, los orientó. Después de asegurarse de que tuvieran tapabocas y zapatos adecuados los dejó salir: “Se que son estudiantes de Medicina. Yo soy profesor de anatomía y ahora que son mí responsabilidad les tengo que dar algunas recomendaciones. Tienen ganas de ayudar, entonces si viene alguien que necesite ayuda, me avisan y pueden atenderlo. Recuerden que estamos en una tragedia y las víctimas merecen respeto”.
Los tres médicos y el socorrista buscaban a las personas que respiraban con dificultad, a las señoras que saltaban de piedra en piedra, corriendo peligro. La mayoría, sin embargo, no quería atención médica. En su cabeza solo estaban las imágenes de la tragedia. Los estudiantes se acercaban y a distancia prudente prevenían que las personas no se cayeran levantando palos; las escuchaban y en otros casos las consolaban.
Antes de llegar a San Miguel, el grupo de voluntarios se cruzó con el presidente Juan Manuel Santos en el Hospital de Mocoa. Querían saber cómo podían ayudar, si en el hospital, si en terreno, dónde fuera. Guillermo Leguizamón, internista de la Universidad Javeriana, los llamó para encargarles una tarea: “Vamos a visitar los albergues, puede que algunas personas estén enfermas y, si se puede, las atendemos en el lugar para que el hospital no se colapse. Me van a ayudar a entregar los medicamentos”.