Llamarse Sarahy, que significa princesa, a veces vale poco, o nada, si se nace en un barrio popular de Medellín, donde de puertas para afuera de las casas afloran son guerra y miserias, aunque hacia adentro haya mares de amor y cascadas de ternura entre las familias.
Seguramente, cuando Luz Marina Ayala y Mario Antonio Zapata dieron a luz a su última hija, hace 29 años, pensaron en ella como una princesa y buscaron inspiración para ponerle un nombre que simbolizara sus sentimientos.
Ellos ya tenían a Angie Lorena, de cuatro años, que era la reina, y a dos hombrecitos. Les faltaba una princesa para completar las dos parejas, como se usaba en esos tiempos cuando los padres sentían que sus hogares eran perfectos si el número de hijos hombres y mujeres era equivalente. Y llegó Sarahy.
-Yo he buscado el origen de mi nombre y sé que es árabe y significa princesa-, dice Sarahy, quien no compartió mucho tiempo con sus padres para que le explicaran la razón de haber puesto un nombre que sonaba tan raro en Medellín.
A lo mejor a ella le habrían cuadrado más Andreína (en griego valiente) o Kimberly (en inglés fortaleza), más acordes con lo que ha vivido desde que nació, pues la casa sencilla de sus padres en el barrio Vallejuelos distaba mucho de ser un castillo para soñar con príncipes y mundos de color rosa. Y su condición física al nacer ya le marcaba un futuro de luchas en el que la niña tendría que poner a prueba toda su fortaleza para no desfallecer en las dificultades.
Es cierto que su madre, maestra de escuela y líder social, no le expresó sentimientos de compasión ni sobreprotección a pesar de que a la princesa le faltaba una pierna.
-Nunca me trató diferente, si me caía me decía párese y siga jugando-, cuenta Sarahy.
Lo mismo hicieron sus hermanos y su hermana mayor, que tampoco la sobreprotegieron y más bien trataron de crearle una coraza de valor que le elevara la autoestima y le sirviera de armadura para lo que vendría, en un mundo no hecho para personas con limitaciones.
¡Menos mal fue así!, pues su peor carencia no fue la de haber nacido sin su pierna derecha ni haber tenido un castillo con jardín para sentir que a la vida había llegado a soñar.
No. La mayor prueba de valentía la tendría la princesa de Vallejuelos cuando apenas acababa de cumplir cinco años y aún no conocía la crueldad. En ese momento, aún era el centro de atención de la familia y, como pasa con los niños, todo giraba en torno suyo.
-Mi padre me jugaba mucho, llegaba del trabajo y me prestaba atención, me decía las cosas lindas-, cuenta. Algo de color rosa tenía aún la vida para ella.
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Febrero 21 de 1993. Noche. El infierno llega a la casa de Sarahy.
-Estábamos ya casi para acostarnos, me acuerdo que estaban mis papás y mis hermanos, porque mi hermana estaba donde una vecina. De pronto sonaron unos golpes muy fuertes en la puerta, como si la fueran a tumbar. Mi mamá nos dijo que nos metiéramos todos a una pieza y fue a abrir. Vimos que eran como cinco hombres, todos encapuchados, dijeron que iban a hacer una requisa, pero al momento oímos unos disparos y entonces mi papá salió, y nos advirtió que no fuéramos a salir nosotros. Pero todos llegamos a la puerta y vimos a mi mamá tirada en el andén herida en la cabeza. Uno de mis hermanos se paró frente a mi papá para que mejor le dieran a él, pero mi papá era muy alto, medía como 1,80, y le dispararon en la cabeza. Cayó muerto de inmediato, pero mi mamá todavía se movía, nos arrimamos y en el suelo nos habló, nos dijo que nos cuidáramos mucho, que nunca nos fuéramos a separar y que siguiéramos unidos siempre...-.
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El hábito de ver morir
Imposible imaginar lo que pasa por la mente de Sarahy cuando narra semejante episodio. Ella se serena y dice que en verdad trata de no vivir hundida en la pesadilla de ese instante. Mejor la oscuridad o el olvido que un recuerdo que atormente el alma.
Y entonces cuenta que no se le hizo extraño el ataque de los encapuchados, pues en su barrio era muy común que día a día a día, en las calles, hubiera muertos. Disparos. Asesinatos.
Eran los tiempos de la guerra más intensa en Medellín. Mientras por un lado el llamado Cartel de Medellín libraba una guerra contra el Estado, la guerrilla empezaba también a copar territorios urbanos.
La vida en la ciudad valía centavos. Territorios como Moravia, varios barrios de las comunas 1, 2, y 3, 4 y 5, en las zonas nororiental y noroccidental, eran casi campos de batalla donde cada día caían más de veinte muchachos.
Vallejuelos era entonces un territorio propicio para que los grupos armados actuaran imponiendo su ley y desataran su guerra en callejones de barro. Las casas aparecieron al costado sur de la antigua vía al Mar, en Robledo, a partir de 1985, cuando hacia allí se trasladaron varias familias que habitaban el basurero de Moravia. Por las condiciones sociales y geográficas, fue también territorio para desplazados, un fenómeno que apenas despuntaba en Colombia y que tuvo en la periferia de Medellín el espacio ideal de llegada para centenares de familias que huían de pueblos azotados por la violencia.
Y allí aparecieron, Sarahy no sabe cómo, sus padres, provenientes de Santa Bárbara y Jericó, en el Suroeste.
-Sé que ellos no eran desplazados, llegaron a vivir a Medellín porque les atraía la ciudad-, aclara.
Y allí, en una casita que le habían compraron acorde a sus posibilidades económicas, gestaron a su princesa.
-La casa era de material y tenía segundo piso-, dice Sarahy, de mirada profunda y serena.
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Febrero 21 de 1993. El infierno sigue en la casa de Sarahy.
-Luego de que mataron a mi papá, los encapuchados se fueron, la gente salió a mirar, pero se devolvieron y en presencia de nosotros le dispararon otra vez a mi mamá...
...Y bastaron unos pocos minutos de terror para que el castillo de la princesa se derrumbara para siempre.
A Sarahy, sin su pierna derecha, huérfana y con la amenaza directa de los encapuchados, que días después extendieron sus amenazas contra ella y sus hermanos y los obligaron a salir del barrio y separarse para siempre, le tocó sacar toda su valentía para sobrevivir.
-Ese crimen lo cometió la guerrilla, ellos eran los que actuaban en el barrio, recuerdo que hacían reuniones con la gente y hablaban de sus cosas, de eso no tengo dudas-, afirma Sarahy. Y se hunde en los recuerdos de sus padres vivos.
-Mi mamá era una mujer muy pila, era profesora en la escuela del barrio y allí tenía un programa para enseñarles a personas analfabetas. También tenía un restaurante comunitario y un terreno cultivado con mora que les daba a las madres cabeza de hogar para que se ayudaran.
También recuerda que gracias a gestiones de su progenitora, en Vallejuelos, que gran parte eran ranchos de cartón, se pavimentaron calles.
-Mi padre era distinto. Yo era más apegada a él, pues era el que me salvaba de las cosas malas. Éramos una familia muy unida. Incluso mis hermanos me protegían, se turnaban para darme la mano y nunca me hicieron sentir mal por mi limitación.
Por caminos separados
Hoy, 23 años después de haber vivido el infierno y de haberse criado en Bogotá con su hermana y una tía, pues sus otros hermanos crecieron aparte, Sarahy cree haberlo superado todo.
Dice que la falta de su pierna, si bien la limitó en su adolescencia para hacer algunas cosas propias de la edad, no le ha truncado la vida.
-En mi niñez yo jugaba normal, como todos los niños. Nunca me hicieron matoneo ni nada y mi familia, al no sobreprotegerme, me hizo fuerte. En la juventud me dio duro sobre todo no poder usar las faldas, los uniformes cortos, por lo de la vanidad y eso, las mujeres somos muy competitivas y tenía más ventaja una muchacha que pudiera usar vestidos y que se le vieran sus piernas, que yo, pero tampoco fue algo tan grave.
Sarahy, que estudió algunos semestres de artes plásticas, sueña con terminar su carrera. Hoy trabaja como bartender, oficio que ha desempeñado hace años y cuya única incomodidad es que le toca gran parte del tiempo de pie y se cansa. Pero confirma que ha aprendido a manejarlo.
Este año, ella se convirtió en un fenómeno en Facebook tras publicar fotografías con la prótesis al descubierto. Su belleza física, dice, no se ve mermada por este elemento, pues siente que es parte de su ser y lo quiere igual que su pierna.
-He perdido algunos trabajos por mi condición, pero en otros el desempeño puede ser normal y así lo hago. Y en cuanto a usar short o faldas, pues es que entendí que no tenía que darme pena eso y es lo que las personas admiran.
En su página, cientos de personas le expresan admiración. Muchas mujeres con limitaciones le escriben para pedirle consejo sobre cómo atreverse a vestir igual que el resto y ella les contesta con tranquilidad y soltura.
-La belleza es un estado mental. Si uno se siente bello eso se proyecta. Igual, lo fundamental de la gente es su espiritualidad y es lo que debe contar ante los demás-, dice Sarahy, que quiere ser la modelo de la inclusión.
Hace poco creó una página solo para mujeres con limitaciones físicas como la suya y en pocos días ya han llegado cerca de diez. Su valentía. Su sensualidad. La claridad con la que expone que se puede vivir normal aún sin una pierna o sin las dos o incluso sin manos y sin piernas, la convirtieron en una líder positiva para los que, por alguna razón, sienten depresión.
Lo paradójico es que pocos saben de su tragedia familiar o de su orfandad. Y ella tampoco lo exterioriza. Prefiere dejar que aflore lo positivo. El odio o el dolor no caben en un mundo en el que tiene todos los retos por enfrentar y todos los sueños por cumplir. Ni siquiera tiene venganzas.
-Yo no había pensado en si perdonar o no a las Farc por lo de mis padres hasta ahora que usted me lo pregunta. Es muy difícil. Es necesario ver el proceso, lo que va a pasar, si ellos están dispuestos a un cambio y pagan por lo que han hecho. Que ese cambio se vea, y que entreguen las armas. Son muchas familias, muchas víctimas, y sería muy difícil perdonar si uno ve que siguen haciendo lo mismo....