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Los indígenas de Frontino y el milagro del “oro verde”

Emberas del corregimiento Murrí se legalizaron para exportar el metal que sacan sin mercurio ni máquinas.

  • Los embera de Murrí llevan décadas viviendo del oro que logran rescatar de las aguas de sus ríos.
    Los embera de Murrí llevan décadas viviendo del oro que logran rescatar de las aguas de sus ríos.
  • Los indígenas recibieron 50 equipos como este que, en teoría, les permitirán sacar más oro del lecho de los ríos. El metal es cotizado por su origen artesanal. FOTOS Esteban vanegas
    Los indígenas recibieron 50 equipos como este que, en teoría, les permitirán sacar más oro del lecho de los ríos. El metal es cotizado por su origen artesanal. FOTOS Esteban vanegas
14 de octubre de 2019
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En el corregimiento Murrí - La Blanquita, de Frontino (Occidente de Antioquia) el tiempo se mide en días de camino. Pedro Nel Bailarín, por ejemplo, se demoró dos días para llegar hasta el coliseo del corregimiento, donde oficiaría como traductor para sus vecinos.

La ocasión lo ameritaba. La comunidad, por primera vez en su historia, se había legalizado ante la ley de los “blancos occidentales” y estaba vendiendo el oro que sacan del lecho del río a empresarios de Italia. Él no sabe cómo se llega a Roma, pero tiene muy claro que el negocio es bueno: antes vendían las piedras doradas a quien se las pudiera comprar; hoy tienen un comprador fijo que les paga con base en los estándares internacionales.

“Es un sueño que se hace realidad y empezó hace seis años”, dice el indígena, primero en español y luego en su lengua nativa. Desde las tribunas, sus amigos aplauden.

La iniciativa de legalización es pionera en el país y Edwin Sinigüí, presidente de la Asociación de Mineros Indígenas de Occidente (Asomino), cuenta que les costó tiempo y esfuerzo. Mientras vigila atentamente los canalones de metal que acaban de recibir del gobierno departamental y los empresarios extranjeros, recita, como un niño en la escuela, la descripción del proceso:

—Somos 1.400 barequeros que habitamos en cuatro resguardos, en un área de 74.000 hectáreas reconocida por el Ministerio del Interior como territorio ancestral protegido. De los 6.000 indígenas de la zona, entre 2.000 y 3.000 podemos ser legalmente mineros, porque solo nos reconocen cuando cumplimos 18 años, aunque aquí empezamos a barequear a los 9 años.

Hace una pausa para tomar aire y con la mirada busca la aprobación de los demás gobernadores indígenas que lo acompañan. Es un sábado de octubre y por primera vez en mucho tiempo tienen cámaras de televisión, representantes del Estado y Fuerza Pública con los ojos puestos en ellos.

Su única expresión de sorpresa se da cuando los voceros del Gobierno aseguran que los equipos servirán para no usar mercurio. “Aquí no sabemos qué es eso. Alguna vez trajimos maquinaria amarilla y todo terminó mal”, reconoce.

De ancestral a legal

Los emberas de Murrí miden su trabajo en reales (“riales”) de oro. Según el sistema de medidas prehispánico, en el Siglo XIV 14 riales correspondían a una onza de oro. Y aunque ellos no saben explicar la equivalencia entre riales, castellanos, onzas y gramos, tienen un “ojo clínico” para calcular el precio del metal con solo observar su tamaño.

Los ancestros de estas tierras usaron el oro para hacer piezas ceremoniales y decorativas. Con el paso del tiempo, las piedritas doradas se convirtieron en moneda: desde Frontino llegaban comerciantes que se las cambiaban por mercados, gaseosas y licores.

Pero no había un valor establecido y, como cuenta Olivia Sinigüí, otra nativa, el precio lo ponía el que compraba. La mayoría pensaba que era un buen negocio: el oro les llegaba con el río, mientras que los otros productos solo se conseguían viajando cinco horas en carro por una carretera destapada hasta Frontino.

Aprender español y salir del resguardo les abrió los ojos. Edwin, uno de los que mejor habla la “lengua de occidente”, se enteró en el pueblo de que existía una ley (1450 de 2012) que obligaba a quien quisiera vender oro a legalizarse. En 2013 lideró entonces una iniciativa de asociación que tocó puertas en Medellín y Bogotá buscando que les ayudaran a ingresar en la legalidad para obtener precios más justos.

—Empezamos a reunirnos. Hay gente que vive a dos horas de aquí, pero también algunos que están a cinco días de camino, entonces no fue fácil. Reunimos cédulas, nos metimos en los registros y hoy ya somos 700 indígenas con Rucom (Registro único de comercializadores de minerales).

Salto al mundo

Dora Balvín, secretaria de Minas de Antioquia, conoció la asociación (que para entonces era un proyecto) a través de la Gerencia Indígena.

Para ella fue una revelación saber que había una comunidad ancestral tan grande dedicada a la minería, y por eso aceptó ayudarlos.

“Les hicimos capacitaciones, les ayudamos a tramitar el RUT y con la ayuda de la alcaldía de Frontino los ingresamos al Sí Minero (sistema de información de Minminas)”, dijo.

Ahí aparecieron los extranjeros. La firma italiana Italpresiozi —especializada en metales preciosos— se unió con la colombo americana Naples Prime —dedicada a la exportación de productos “tropicales”— y armaron una cadena de transporte, compra y exportación para el oro de los emberas.

Mauricio Reyes, gerente de la exportadora, aseguró que el proceso fue difícil, pero que la oferta de “oro verde”, es decir, libre de mercurio, fue atractiva para el mercado europeo.

—Llegamos a ellos porque la Gobernación y el Ministerio de Minas nos invitaron a un evento hace un año y ahí vimos que nos interesaba. Fue complicado, estuvimos 8 meses reuniendo todo, pasando papeles, y lo logramos. Queremos replicar esto en El Banco, municipio del Magdalena.

El acuerdo al que llegaron fue pagarle a Asomino el oro a un 90 % del precio internacional, en lugar del 40 % que estaban dando los intermediarios, con la condición de que solo desembolsaban dineros contra entrega.

En julio de este año se produjo la primera exportación y, en palabras del presidente de Asomino, fue toda una fiesta.

Balvín dijo que uno de los principales retos fue lograr la bancarización de la asociación para poder canalizar los ingresos. “Sabemos que en algunas zonas la banca no quiere saber nada de los mineros, pero esto es un ejemplo de que podemos hacer las cosas bien”, dijo.

Hoy la comunidad está en capacidad de sacar hasta 20 kilos de oro mensuales, con la garantía de que se cuida el medio ambiente. Y para facilitar la producción, los aliados internacionales donaron 50 canalones (los que recibió Pedro Nel en el coliseo), que en teoría permitirán procesar más material de río en menos tiempo, sin usar mercurio.

El reto de transformar

La llegada de más dinero a la comunidad supone un reto. Por eso Asomino se propuso intervenir para evitar que sobre su pueblo caiga la “maldición minera”, como llaman en Medellín a los fenómenos de prostitución y drogas que abundan en pueblos mineros.

Edwin dice que la primera acción será formar a los barequeros para que no se tomen la plata en tapetusa (licor artesanal).

—Acá no hay problemas de drogadicción o prostitución pero sí de alcoholismo. El minero trabaja con su esposa y se lleva la plata, se la bebe y a la familia no le queda nada.

También quieren mejorar su calidad de vida. Pedro Nel dice que parte de las ganancias se destinarán al arreglo de vías y caminos, pues en tiempo de lluvia —más de la mitad del año— los niños no pueden ir a clase porque no hay puentes para pasar los ríos. Desde agosto del año pasado tres integrantes de la comunidad murieron ahogados.

La última parte de los recursos se destinarán a buscar nuevos sistemas económicos, pues los líderes reconocen que hay pocos cultivos y son de los mismos productos: plátano, maíz y yuca. Paradójicamente en una tierra tan fértil, la mayoría de los alimentos se compra en enlatados o en bolsas plásticas llevadas desde Medellín, y los niveles de desnutrición superan el 50 %.

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