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¿Qué hay en un vaso de agua del río Medellín?

10 de marzo de 2017
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En el Alto de San Miguel, a 30 kilómetros de Medellín, nace un riachuelo de aguas cristalinas en el que viven 15 especies de macroinvertebrados acuáticos y en el que se bañan, a pesar del frío, los niños de la zona.

Ocho kilómetros más abajo, en la vereda Primavera del municipio de Caldas, el riachuelo va cogiendo forma de río y en la medida en que crece, sus aguas se van poniendo más turbias.

Desde allí, según el Área Metropolitana, la calidad del agua ya es crítica. Pero es en Ancón Sur, a 17 kilómetros de su nacimiento, donde finalmente se transforma en el afluente de gérmenes que atraviesa el Valle de Aburrá y termina por unirse con el río Grande en el norte de Antioquia.

En ese punto, conocido como el Puente Gabino, el río Medellín arrastra los desechos de 3’207.387 personas que viven en seis municipios del Área Metropolitana -y si usted es una de esas personas, piense que cada vez que vació el baño, se lavó las manos y limpió la trapeadora, el agua sucia que bajó por el grifo de su casa terminó, algunos minutos después, en el río que recorre su ciudad-.

A la planta de tratamiento de San Fernando, en el sur del Valle de Aburrá, llegan las aguas residuales de Envigado, Itagüí, Sabaneta y La Estrella.

Allí pasan por un proceso de tratamiento de lodos que convierte la materia fecal en energía eléctrica mediante la digestión anaerobia. Así, cuando el agua sale de San Fernando de vuelta al río, no está contaminada por sólidos y tiene una mayor oxigenación.

Sin embargo, el resto de aguas negras del Área Metropolitana caen al río Medellín sin ningún tipo de filtro: esas son, según los datos de EPM, el 80 por ciento del total de aguas residuales que producen los habitantes del valle.

Como si eso no fuera suficiente, los vertimientos químicos ilegales de algunas fábricas han hecho que el río cambie incluso de color: los habitantes de Medellín han visto al afluente teñirse de rojo, azul, naranja, negro y hasta blanco.

Por todo esto, no es nada extraño encontrar millones bacterias, virus, parásitos y algas en un solo vaso de agua del río Medellín.

La profesora de la Universidad de Antioquia Nancy Pino, microbióloga y bioanalista, magíster en Ciencias ambientales y doctora en Biotecnología, explica que para que un vaso de agua sea potable no puede haber ni una sola bacteria coliforme.

En cambio, si se pasa por el microscopio una muestra del agua río Medellín, se puede encontrar una concentración de bacterias de 10 a la 6 Unidades Formadoras de Colonia. Esto, en términos corrientes, significa que en un vaso de agua del río hay alrededor de un millón de bacterias de origen fecal o E. coli, las mismas que provocan infecciones gastrointestinales, urinarias y otras enfermedades.

Para la profesora Pino, “esas bacterias hacen parte de la flora normal de un río donde se depositan aguas residuales”. De hecho, E. coli está presente en muchas quebradas aparentemente limpias pero que reciben las aguas residuales de alguna finca del sector. La diferencia, por supuesto, es la concentración.

El Área Metropolitana, que monitorea permanentemente la calidad del agua del río y los microorganismos que viven en él, no hace un análisis de los parámetros bacterianos porque, literalmente, las bacterias son “incontables”.

“La contaminación por materia fecal es indicador de bacterias patógenas, lo que hace que el agua no se puede utilizar para consumo o contacto primario (nadar) o secundario (navegar en kayak)”, dice la autoridad ambiental.

Así, el uso recreativo de las aguas del río Medellín no está en los planes de la ciudad ni a corto ni a mediano plazo.

Y aunque la situación puede mejorar cuando se estrene la planta de tratamiento de Niquía, que va a descontaminar las aguas residuales de Bello y Medellín, el río navegable de góndolas y garzas que soñaban en los noventas tendrá que esperar un rato más.

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