El Día de las Velitas es sinónimo de reunión, familia y oración; pero también de buñuelos, natilla, luz y alegría.
En Antioquia, los días 7 y 8 de diciembre, las calles de ciudades y pueblos se iluminan con las velas que los adultos prenden sobre las tablas de las camas, mientras que la misión de los niños es mantenerlas encendidas toda la noche -o al menos hasta que el juego le gana la batalla a la devoción por la Virgen María-.
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Les preguntamos a nuestros lectores por las historias que recuerdan del Día de las Velitas, cuando eran niños y sus manos terminaban embadurnadas de esperma de colores. Esto fue lo que nos contaron:
El trineo de cera
“En la cuadra donde yo vivía cogíamos una tabla de madera, la encerábamos con las bolas de esperma que hacíamos y nos deslizábamos por toda la calle en esa tabla. Eso nos hacía muy felices a mi galladita de amigos y a mí. Yo me deslicé el 25 de diciembre a mediodía con los zapatos que me estrené el 24, y se me rompieron con el pavimento de la calle. ¡Severa pela la que recibí de mi mamá!”, Francisco Javier Guerra Pérez.
¿Quién está cumpliendo años?
“Yo viví tres años en un pequeño pueblo minero del estado Bolívar en Venezuela, donde viven otros colombianos pero llevan allí más de 20 años. En 2010, que fue mi primera navidad en Bolívar, prendí las velitas como todos los años, y todo el que pasaba preguntaba que quién estaba de cumpleaños, que quién era el muerto, que de quién era la fiesta. Hasta que entendieron nuestra tradición y ya son varias familias colombianas y venezolanas las que cada 7 de diciembre prenden las velitas, hasta el día de hoy”, Sebastián Sánchez Calle.
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Las velitas y la guerra
“Mi hermano soldado cumple años el 7 de diciembre y en Arauca, los amigos soldados le prendieron las velitas en todo el puente de Puerto Nuevo, por la salida a Saravena. El día anterior habían tenido un hostigamiento en un río donde hay un balneario, pero la verdad les pudo más el espíritu navideño y la suerte los acompañó. Nunca pudimos celebrarle el cumpleaños estando de servicio, y hoy será el primer año que pase junto a su familia.
De niños poníamos las velitas en un maguey (algo así como una penca muy grande), ayudábamos a hacerle los huecos y luego a encenderlas. La mamita decía que la Virgen pasaba bendiciendo las casas a las 8 de la noche. Nunca pude entender cómo pasaba a la misma hora por tantas casas”, Claudia Sánchez.
Las tablas del solar
“En la casa de mi abuela había unas tablas que se usaban para tapar la parte baja de la puerta del solar; esas eran las tablas que se usaban para poner las velas. Casi siempre prendíamos las velas mi abuela y yo, hasta que ella cada vez se fue poniendo más enferma con los años y ya no podía recibir el frío de las noches. Las ‘candeladas del diablo’ las hacía con mis primos aquí en Medellín -que eran más diablos que yo-”, Mizel de Vittro.
Y hablando de la “candelada del diablo”...
“En la finca de recreo, mientras que los adultos de mi familia bebían, los primos hicimos una candelada. Le echábamos saliva y nada. Más esperma y tampoco. Hasta que se acercó mi madre con sus traguitos y nos dijo: “esperen y verán”. Echó tantas babas que subió la candelada y le quemó las pestañas. Jajajaja. Nosotros teníamos como 10 años y nos reímos mucho”, Dyna Ruiz Velásquez.
“Hace más o menos diez años recuerdo haber hecho una “candelada del diablo” que apodamos “sancofríjol” en un tarro de lata donde vendían la manteca. Echamos y echamos parafina entre más o menos 12 amigos. El resultado fue una llamarada que alcanzó los cables de la luz pública cual explosión de Hollywood”, Alexis Duque.
Pero la “candelada del diablo” no es un juego de niños. Esta práctica, que consiste en llenar una lata con esperma o parafina hasta que esté hirviendo y arrojar saliva para avivar las llamas, puede ser bastante peligrosa.
De hecho, varios lectores nos contaron que de jóvenes se quemaron las cejas y pestañas haciendo la “candelada del diablo”, e incluso uno de ellos nos mostró la cicatriz que le dejó la última candelada que hizo, en diciembre de 1998.
“Pues la ‘candelada del diablo’ me imagino que la hicimos todos los antioqueños -no sé si en otras regiones colombianas la harán-. Lo que sí sé es que jamás la volvería a hacer”, dice Diana Álvarez.
Y usted, ¿qué recuerda del Día de las Velitas?