Juan Manuel Santos es uno de esos personajes a los que no se termina de entender nunca por más que se busquen las razones para su comportamiento.
Conoce el aparato estatal como pocos, domina las relaciones con el Congreso después de haber sido ministro en tres ocasiones y designado presidencial cuando la elección de ese cargo dependía del Legislativo; y además de todo esto pertenece a la familia que durante muchísimos años fue dueña del medio de comunicación con mayor influencia en los círculos de poder, en donde él mismo ejerció como subdirector.
Con todas esas ventajas cualquiera esperaría que aunque la naturaleza no lo hubiera dotado de carisma, el elemento determinante para que un político se acerque a la ciudadanía con éxito, Santos construiría la relación con sus gobernados de manera muy sencilla.
Al contrario, lo que hemos visto en estos dos años y medio de gobierno es un hombre que pareció aprender poco de sus cargos pasados y que además hace todo lo que está a su alcance para olvidarse de lo que aprendió.
¿O de qué manera puede explicarse que el político que podría guiar todos los hilos del poder con una sola mano, hoy esté contra las cuerdas precisamente por no apretar esos hilos?
El hombre que ayudaba a definir la agenda nacional desde El Tiempo hoy está tumbado en la lona esperando que su peor enemigo, el expresidente Álvaro Uribe, le diga de qué tema tiene que defenderse cada día.
Hoy la baja popularidad del Presidente responde al contraste que ha logrado imponer Uribe: es él quien le define al país si los golpes a la guerrilla van bien o no.
Es quien dice si el Gobierno les ha cumplido a los productores agrícolas o no; y lo peor de todo, es el que les impone a los medios de comunicación -abiertamente gobiernistas- de qué se habla y de qué no.
Santos está aturdido por los golpes que recibe y que la encuesta de Gallup de esta semana describió de manera perfecta, pero se tranquiliza -erróneamente- porque su enemigo natural está librando una batalla que no puede ganar, aunque los números le sean más favorables.
La única opción que tiene el Presidente de recuperar el liderazgo pasa necesariamente por imponer la agenda, y para que eso suceda tiene que afilar la espuela que los golpes de Uribe le han desgastado.
Para mostrar ejecutorias necesita romper el cristal opaco que el exmandatario logró situar entre el actual gobierno y la ciudadanía.
Pararse de la lona no será una tarea imposible para el Presidente, pero mantenerlo ahí tirado y sin capacidad de maniobra, tal como está hoy, será la mayor meta de Uribe.
@carlosaperez
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