Así somos, siempre engatillados, prontos a disparar con dedo índice, puño o pistola. Se nos sube el rojo a las mejillas y la nube negra al cerebro. Quedamos ciegos de rabia, nos agigantamos en instantes como vengadores, arremetemos contra esta vida y la otra con escopeta de dos cañones.
Los colombianos somos de azufre, venimos de cocina volcánica, nos encendemos de puros machos para probar hombría. Una raya en la lata del carro, una mala cara, cualquier gesto interpretado como desafío, bastan para que reverbere la sangre y centelleen los ojos.
Desayunamos con alacranes, soñamos entre alambres de púas, respiramos humo. Es tan fácil que estalle reyerta entre transeúntes, que chispeen machetes contra rocas, que truenen armas dispuestas en el cinturón. A continuación de la efervescencia, se cuentan muertos, heridos, vengadores del futuro, niños despavoridos y mordidos por la urgencia de tronchar las cabezas de los decapitadores.
Está en las gargantas de ríos estrangulados, en las cataratas de aguaceros amazónicos, en el impío sol que cuece el noventa por ciento de la geografía: ahí queda el origen de la calentura que nos compele a fiereza.
También se explica la pendencia por los siglos en que hemos sido obligados a sobrevivir como gatos boca arriba. Hay que imaginar la candela en los ojos del peón cuyo niño tiembla de fiebre porque no hay centro de salud. Hay que pensar en la lengua que se muerde la mujer violada. Todos los aplazamientos, todas las esperanzas muertas, todas las puertas cerradas.
Crecimos a la enemiga, caminamos a la defensiva, dormimos con la fuga bajo almohada. Es la guerra molecular, brutalidad incrustada en la composición nuclear de una nación. Al lado del grupo sanguíneo y del factor RH, debería figurar en el documento de identidad la temperatura circulatoria de cada ciudadano.
Refrigerar el torrente que va del corazón a los gatillos y cauterizar el consiguiente derrame provocado en calles y veredas es la tarea más fina y larga de la paz. ¿Seremos dignos de un planeta cuya única especie zoológica que mata con conciencia a semejantes es la especie que conoce el peso irrepetible de la muerte? ¿Llegaremos a habitar el más bello paisaje concebible, sin salpicarlo de sangre caliente en cada encrucijada?.
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