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Reflexiones de Camaleón

  • Reflexiones de Camaleón | Andrés Felipe Arias
    Reflexiones de Camaleón | Andrés Felipe Arias
25 de junio de 2010
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El pasado 2 de junio, cincuenta comandos del Ejército se infiltraron a rapel en algún sitio de la selva del Guaviare. Su misión, planeada con seis meses de anticipación, era rescatar al general Mendieta, a los coroneles Murillo y Donato y al sargento Delgado. Los cuatro ajustaban doce años de tortura y secuestro a manos de las Farc. Comenzaba así la Operación Camaleón.

En terreno, al frente de los comandos iban un capitán y dos tenientes de las fuerzas especiales. Desde San José del Guaviare dos coroneles, también de fuerzas especiales, partícipes de la Operación Fénix y curtidos en combate contraguerrillero, dirigían y conducían la operación.

Los comandos tocan tierra a treinta kilómetros de un campamento del frente séptimo de las Farc en la vereda Salto Gloria, municipio de El Retorno. La inteligencia del Ejército sabía que ahí permanecían encadenados los cuatro secuestrados.

Los comandos avanzan durante diez días. Ejecutan la aproximación sobre el objetivo de manera muy lenta y cuidadosa: ¡tres kilómetros por día! A dos kilómetros del campamento comienza la aproximación final. Se arrastran toda la noche y llegan muy cerca del punto en la mañana del domingo 13 de junio.

Hacia el medio día doce ametralladoras comienzan a disparar sobre los terroristas. Fuego nutrido, fuerte y constante durante dieciocho minutos. Simultáneamente diez comandos se arrastran bajo el fuego de las ametralladoras amigas hasta entrar en el campamento. Cesa el fuego. Los terroristas han huido como ratas de su madriguera. Los comandos aseguran y protegen a Mendieta y Murillo. El resto de la historia la conocemos.

Es el recuento de una operación militar nítida, impecable, limpia y contundente. Más que Jaque y Fénix, por el arrojo y participación directa de los comandos. Héroes anónimos que se sacrifican por nuestra seguridad y libertad. Gloria y honor a ellos.

Nos quedan varias reflexiones.

Primero, tenemos el mejor Ejército del mundo. Una operación milimétrica, en medio de las adversidades de la selva y ejecutada sin derramar una gota de sangre pudo ser llevada a cabo por un Ejército que, digámoslo, sólo se ve en las películas y en nuestro país. La disciplina, el espíritu de arrojo, el profesionalismo, la mística y el amor por Colombia que demostraron estos comandos posicionan a nuestro Ejército como el más calificado del planeta.

Segundo, para que el Ejército siga dando victorias, el pueblo colombiano y el Estado deben rodearlo, protegerlo y defenderlo. Por ejemplo, rechazando la condena al Coronel Plazas Vega, ese hombre que nos defendió durante la toma narcoterrorista del M-19 al Palacio de Justicia y que hoy sufre la persecución en un testigo falso, mientras los verdaderos criminales andan libres y haciendo política. Y, por ejemplo, restaurando y fortaleciendo la justicia penal militar, para que nuestros hombres no sigan siendo perseguidos con falsas acusaciones de ONG cómplices del terrorismo.

Tercero, el secuestro se combate con nuestro Ejército y con la Seguridad Democrática que el Presidente Uribe nos dio. El secuestro no se enfrenta con canjes humanitarios, con despejes o con el aberrante show de la senadora que, por algún extraño motivo, siempre logra levantarse las coordenadas de los secuestrados para ir a recogerlos en medio de besos, abrazos, flores y sancocho con los carceleros de turno de las Farc. Y todo registrado por Telefarc. Perdón, por Telesur. Que cese el show y siga la mano dura contra el secuestro, para que no haya más secuestro.

Es posible vivir en un país sin terror y sin secuestro. Pero sólo si hay firmeza y si protegemos al mejor Ejército del mundo; es decir, a nuestro Ejército.

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