Sólo tres días después de celebrar el lucimiento de Medellín con la asamblea del BID y de escuchar alabanzas de visitantes encantados que definieron nuestra ciudad como la primera de Colombia, apareció, para aguarnos la fiesta, la conmovedora primera encuesta departamental sobre calidad de vida, que advierte cómo la mitad de los antioqueños vive en la pobreza.
El fenómeno de Medellín es patente, a pesar de las luces y sombras y los contrastes consabidos. La ciudad es bella, grande, moderna, hospitalaria, vive a la moda, etc. La gente es muy amable, sonriente, jovial. Uno pregunta por una dirección y se ofrecen para llevarlo. En cualquier almacén, el cliente acaba comprando algo para corresponder a las atenciones de los dependientes. Tenemos decenas de universidades, colegios, bibliotecas, parques, rascacielos, intercambios viales, Metro y Metrocable y avenidas por las que algún día rodará el Metroplús. Y no cabe un automóvil más. También, la seguridad tiene sus altibajos pero va mejorando.
Y en esa encuesta que malogra el júbilo, mientras en el Bajo Cauca y el Nordeste las pruebas de calidad vital son muy bajas, en cambio el índice de condiciones de vida del Valle del Aburrá pasa del 72 %. Medellín es una maravilla, pero la realidad económica del resto de Antioquia es desastrosa. La famosa riqueza de nuestra región no se compadece, valga repetirlo, no se compadece con las penalidades que aguanta la mitad de nuestra gente. De todos los puntos cardinales surge un clamor por que haya equidad e inclusión y se conjure la amenaza contra la paz social.
Hacia 1785 vino como Gobernador de Antioquia el oidor Juan Antonio Mon y Velarde Pardo y Cienfuegos. Tan empobrecida encontró esta región, que él, al fin y al cabo un burócrata de la Corona, se conmovió y emprendió una obra de Buen Gobierno para ordenar la administración y la hacienda pública, poner a funcionar la educación, desarrollar la agricultura, impulsar la colonización de tierras, construir caminos, hasta ganarse el título de Regenerador de esta provincia. Cumplió una labor histórica. Sin embargo, buena parte de Antioquia lleva más de dos siglos de rezago y parece hoy en día en situación comparable a la de fines del Siglo Dieciocho. El aislamiento vial, por ejemplo, es vergonzoso.
La dirigencia antioqueña, emprendedora y dotada de visión, buen tino y sensibilidad, está siendo interpelada por la realidad de injusticia social y desequilibrio entre la capital del departamento y las regiones. En Medellín disfrutamos una calidad de vida envidiable y encontramos motivos abundantes para esperar que el mañana sea mejor. Cómo no va uno a sentirse orgulloso de haber nacido y vivir en esta macha de ciudad. ¡Pero qué pena con Antioquia! Pidámosle perdón. Es tiempo de reconciliación.
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