Lo que está en juego en el Cauca no es poca cosa. Es la resurrección de las Farc y la atomización de la nación. Y las verdades que se plantean al respecto no dejan de ser o medias verdades o mentiras absolutas.
Empecemos por las mentiras. El Cauca es un departamento. No es cierto. Para llegar a la bota caucana hay que hacerlo por el Putumayo y si se quiere llegar al Pacífico sólo es posible por avión a través de Guapí o por mar desde Tumaco o Buenaventura. Hay control territorial por parte del Estado y de las Fuerzas Armadas. Tampoco es verdad. Controlan las zonas bajas, es decir, que en el Cauca no se le están metiendo a la madriguera de las Farc. Hay un solo pensamiento indígena. No, hay muchos solo en el Cauca y los del norte son quizás los más radicales. Los indígenas pueden controlar su territorio. Nada más equivocado, pues si así fuera no estarían las Farc o los cultivos ilícitos.
Las verdades. Las Farc tienen apoyo de algunos indígenas. Reclutan sus jóvenes que crearon el grupo Nietos de Quintín Lame y socavan la autoridad tradicional. Sin base social las Farc no podrían operar como hoy lo hacen en esos territorios. Los indígenas tienen autonomía. Sí, pero la misma Constitución establece como una de las funciones de las autoridades indígenas "colaborar con el mantenimiento del orden público dentro de su territorio de acuerdo a instrucciones y disposiciones del Gobierno Nacional (artículo 330)". El Cauca tiene un grave problema de tierras. Es correcto, pero no es sólo de indígenas sino también de campesinos y de afros que se sienten discriminados en ese sentido y no les falta razón. Distintos gobiernos han privilegiado el tema indígena en contra de las necesidades de esos dos sectores sociales con iguales derechos.
¿Qué hacer? Lo primero es que derechos conllevan también deberes y obligaciones y que el objetivo final es el imperio de la Constitución y la ley. El malo del paseo no es el Estado a pesar de los errores que puede haber cometido. Quienes deben salir del territorio son los grupos ilegales y los cultivos ilícitos. La cuestión es cómo.
Si existe ese consenso, como decía Álvaro Gómez , sobre lo fundamental, no hay que temerle a un acuerdo con los indígenas para, repito, con deberes y no sólo derechos, acordar roles para la Guardia Indígena y las instituciones estatales, dispositivos militares, necesidad y uso de fuerza e incluso división de funciones en materia de control territorial. Se necesitarían roles claros, misiones definidas, rendición pública de cuentas, mediciones puntuales de éxitos y fracasos y escenarios conjuntos de decisión y solución de disputas para lograr ese objetivo común, la tranquilidad del Cauca.
Este acuerdo necesita además de un gran plan de desarrollo que incluya a todos los sectores, incluyendo el agroindustrial, que le sume a la seguridad la convivencia económica, étnica y social. Lo que lideró el hoy alcalde de Cali, Rodrigo Guerrero , con Valle en paz puede ser el inicio de ese camino.
Recuerdo cuando en una reunión con indígenas del Amazonas lo primero que me dijeron sus autoridades fue: "no nos 'caucanicen' el diálogo". La solución arranca por ahí. Ideas y caminos nuevos y no más de lo mismo. De parte y parte.
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