La felicidad es anatema. A quien hoy hable de ella se le considera orate, vendedor de algo o anacrónico. Hay libros sobre cómo conseguir felicidad pero no son libros, son estafas. Hay quienes dan consejos para llegar a ella pero no son sabios, son predicadores. Ser feliz es mal visto, equivale a ser ingenuo, y la candidez riñe con la contemporaneidad.
La felicidad fue por siglos fraude. Era deber conquistarla mediante procedimientos que no hacían sino acrecentar riquezas de los preceptores. Se accedía a ella a fuerza de catecismos, leyes o prácticas propagadas con miedo, interés o superchería.
Tiranías, credos, sujeciones aplicaron felicidad como obligación, de modo que convirtieron su esencia en conscripción. Siglos acumulados demeritaron así la felicidad al darle tratamiento de Estado a una circunstancia individual por eminencia. Igual sucedió con la libertad, al punto de fraguarse consignas tautológicas como “aquí cada cual tiene obligación de hacer lo que le dé la gana” o “prohibido prohibir”.
Los mismos que indicaban caminos hacia la felicidad protagonizaron guerras mundiales, holocaustos, hecatombes. Extenuaron el sentido de la palabra, heredaron al siglo XXI el bagazo de esta fruta. Con razón hoy nadie habla de ella sin parecer ridículo o impostor.
No obstante, hay necesidad de palabras para la felicidad. Por encima de falsificaciones históricas, el corazón humano marca hacia ella una brújula. Masas engañadas exigen de los Estados únicamente condiciones esenciales para engendrar en sus entrañas hogareñas criaturas de felicidad.
Ya en sus esferas personales, estas muchedumbres harían bien en recordar a filósofos antiguos como Aristóteles, para quien “la felicidad es un hábito o el resultado de varios hábitos”. El metafísico de Estagira baja la felicidad de su podio aéreo para ubicarla en tierra, día, hora. Ya no es dádiva sellada que otorgan dioses azarosos sino proceso, construcción, ladrillo que se apila sobre ladrillo.
La felicidad es para tercos, en esta concepción propia de atletas olímpicos. Músculos a tono, intuiciones elásticas, lubricación de sudor sobre neuronas, respiración a ritmo de respiración amada, nutrición del alma con fríjoles compartidos, fantasías prestas a descubrir el milagro cotidiano, estos pueden ser elementos habituales para perseverar en la felicidad. Y para darle otra vez palabras a la felicidad.
Pico y Placa Medellín
viernes
0 y 6
0 y 6