Entre tangos y fiestas patrias, entre la final de la Eurocopa y la del torneo colombiano de fútbol, Medellín será sede del III Congreso Iberoamericano de Filosofía. Vaya, vaya. Parece extraño. No tanto si se piensa en lo amable que se ha tornado la ciudad y lo atractiva para todo tipo de eventos internacionales. Si vinieron los Reyes de España, Fernando Vallejo que no nos quiere y los cancilleres de la OEA, ¿por qué no han de venir los filósofos? Pero, ¿por qué vienen?
Los antioqueños hemos cultivado una fama de pragmáticos que refleja bien nuestro espíritu, hasta que resulta deformado desde otras miradas. A lo largo del siglo XX era un lugar común creer que aquí no había espacio para otra cosa que no fuera el negocio. Era como si nuestra única literatura fuera la de las escrituras públicas y nuestra única música la de las viejas cajas registradoras. La renovada fobia antipaisa, uncida a una década de logros regionales en materia de urbanismo, política, fútbol y música popular, vuelve a cabalgar sobre este estigma.
Toda afirmación superlativa tiende a ser subjetiva o falsa, pero es claro que la trayectoria de la filosofía antioqueña descuella claramente sobre la de cualquier región colombiana, incluyendo a Bogotá. Fernando González no necesita palabras entre nosotros, aunque los académicos suelen despreciarlo. Una obra que vive hace más de ochenta años y se mantiene gracias al amor que le profesan los jóvenes no necesita justificación. Cayetano Betancur (1910-1982) cumplió un papel decisivo en el impulso de la filosofía académica en Colombia y su obra está demandando más atención de los profesionales. Gerardo Molina escribió una de las reflexiones más sólidas sobre filosofía política, "Proceso y destino de la libertad".
Estanislao Zuleta logró poner su impronta a las mezclas de marxismo y psicoanálisis que se trajeron de Europa y ganar un amplio auditorio en el país. Y hablando de los vivos, pocos pueden desconocer el magisterio público de filósofos profesionales y educadores de ciudadanía como Alfonso Llano, Guillermo Hoyos y Beatriz Restrepo.
No somos Oxford pero tampoco estamos en la inopia. Por supuesto, mil delegados de toda Iberoamérica más Estados Unidos, Alemania y Suecia no vienen a Medellín de cuenta de este pasado. Vienen por nuestro presente: el Instituto de Filosofía de la Universidad de Antioquia, su trayectoria brillante de más de tres décadas que ha irrigado las instituciones educativas del país y la región con filósofos serios y el empuje de personas como Carlos Vásquez, su director, y Francisco Cortés, coordinador general del Congreso.