En días pasados la Universidad de Antioquia le concedió el doctorado en Ciencias Sociales al profesor español Jesús Martín Barbero.
En su discurso de aceptación, el honrado con tal título recabó en aspectos que han hecho pensar a maestros del conocimiento científico del compromiso de empujar la enseñanza tecnológica y científica, pero que así sea verdad sabida aún no han logrado calar en las autoridades que rigen el sistema educativo colombiano. Siguen siendo impermeables a sintonizarse con los requerimientos de un mundo que ya ha entrado en este siglo XXI, llamado con razón el siglo del conocimiento.
Decía el profesor Barbero que, "países como Colombia tienen un futuro si invierten cada vez más en investigación científica y tecnológica, en física, química, biología", agregando además que, "su subsistencia futura depende de la capacidad de competir en el mundo y de acrecentar la productividad y el valor agregado, para lo cual las universidades son fundamentales".
Son verdades de a puño. Pudiéramos decir que ya son frases de cajón, que se están repitiendo constantemente en todos los escenarios en donde se mueven ideas y discusiones que buscan despertar al país y a sus autoridades de la modorra que se los devora, persistiendo en una educación que en este mundo globalizado se vuelve anacrónica.
Se ha dicho hasta la saciedad que en América Latina abundan los estudiantes de Derecho, Psicología, Sociología, Filosofía, Periodismo, cuyo número excede a los que se dedican a especializarse en Ciencias, en Matemáticas, en Física, en Ingenierías. Todavía se le da más énfasis a la enseñanza en humanidades que en ciencias y tecnologías. Hay encuestas que revelan que por cada ingeniero hay tres sicólogos. Con razón el presidente Santos, en un diálogo que revela el analista Andrés Oppenheimer, mostraba preocupación ante el hecho de tener "exceso de abogados, pero un déficit de técnicos".
Ya la región debe decidirse a entrar en la era del conocimiento. Del total de la inversión en investigación científica y tecnológica, América Latina apenas contribuye con el ridículo 2%. En tanto Estados Unidos lo hace con el 30%, y Asia -el continente del desarrollo en este siglo 21- con el 28%. Esa Asia que dedicó sus mejores recursos a la educación, al conocimiento, al emprendimiento y a la innovación de la cual hacen parte muchos de los países que hasta los años 50 y 60 del siglo pasado eran más atrasados que la mayoría de las naciones suramericanas.
América Latina pareciera que se hubiera quedado remascando el pasado con su historia conmemorativa de los 200 años de independencia de la corona española. Como lo decía el profesor Barbero, ya le llegó la hora de romper con el "Inventen ellos". Él no lo dice, pero fue el grito lastimero y conformista del angustiado pensador salmantino Miguel de Unamuno, cuando rompía su espada españolizante de enclaustramiento en su duelo dialéctico con el filosofo, aperturista y universal, Ortega y Gasset. Aquel, detenido en las glorias del Cid Campeador, aún soñaba en el imperio de Carlos V. Ortega, europeizante y amigo de romper todo tipo de aislamiento.
Ventilar estos conceptos y traer maestros que hagan despertar a estas naciones de América Latina, debe ser un propósito irrenunciable, si esta porción en un futuro del continente americano, quiere superar la modorra. Y si aspira a demostrar que si sus seis nobeles de literatura la honran, es necesario acrecentar esos premios, -como los tienen los Estados Unidos- en medicina, en física, en ciencias económicas.
Hay que vivir de buena literatura por supuesto. Mas para entrar en la era del conocimiento y del desarrollo acelerado y sostenido, tenemos que darle a cada reto su justa dimensión, sin petrificarnos en solo música celestial.
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