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Mi kindle y mi baño

  • Jorge Giraldo Ramírez | Jorge Giraldo Ramírez
    Jorge Giraldo Ramírez | Jorge Giraldo Ramírez
23 de enero de 2011
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En muchas ocasiones los detalles de la vida cotidiana nos dan materia para ilustrar las características de sociedades enteras. Asuntos casi anecdóticos se convierten en verdaderos pequeños fractales de la manera como funcionan los países o cualquier aspecto de la sociedad, como la actividad empresarial, que es la que me interesa en esta columna.

A fines del año pasado coincidieron mis ganas de adquirir un dispositivo para leer libros electrónicos y mi necesidad casi urgente de remodelar mi baño. Cuando uno se las da de moderno, entonces busca proveedores que también se las den de modernos; esto es que pongan los términos en un contrato, ofrezcan calidad y cumplimiento, den garantías, paguen impuestos y respeten el régimen laboral.

Así que decidí comprarle el aparatico a Amazon y contratar mi baño con una de las empresas más reputadas del país.

Amazon me permitió mirar las características del kindle por internet, descargar las condiciones contractuales y pagarles vía electrónica, con imputación a mi cuenta una vez tuviera el aparato en mis manos. Para contratar mi baño tuve que ir tres veces a una oficina, invertir unas ocho horas de tiempo y pagar por adelantado el total del trabajo directamente en una caja.

Amazon me comunicó que mi kindle llegaría en dos semanas, pero realmente llegó en diez días. El remodelador de mi baño se comprometió a entregarme toda la obra el 24 de diciembre, pero el 21 de enero mi baño todavía está sin terminar. Me gasté medio plan celular buscando al supervisor de la obra y haciendo reclamos a la persona encargada en la empresa. Internet no existe para ellos y la Autopista Sur en Medellín queda más lejos que Seattle, donde está la sede de Amazon.

Curiosamente a principios de diciembre mi kindle se murió, dejó de funcionar. Llamé a Estados Unidos con cargo a la empresa, la llamada duró tres minutos al cabo de los cuales me dijeron que en tres días tendría un aparato nuevo en mis manos. Efectivamente me llegó, sin recargo alguno pero con la obligación de devolver el malo, pagando ellos los portes de correo.

Mi proveedor de la remodelación del baño no ha atendido ninguno de los reclamos; me dejó dos semanas en el centro de la sala un lavamos que resultó defectuoso; aún no pone la ducha porque quien da el visto bueno está en una convención; yo sin baño y ellos con mi dinero desde hace dos meses.

No son las mezquinas penurias de la clase media. Es el retrato de dos tipos de actividad empresarial: una seria y la otra no. Una actividad empresarial seria es la que honra sus compromisos, le presta más atención a sus obligaciones contractuales que a los trucos para eludirlas, entiende que el consumidor tiene derechos y prefiere perder un poco antes que dejar insatisfecho a un usuario. Una empresa que no es seria, es todo lo contrario y engaña a la sociedad. En un caso de esos es mejor volver al honrado albañil.

Al menos da la cara.

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