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¿ME SIGUEN O ME PERSIGUEN?

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19 de octubre de 2013
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Me precio de ser más cumplida que fea, aunque a Twitter, la marca que rompe mi invicto en redes sociales, llegué tarde.

Hace años fueron Sonico, LinkedIn y Badoo. No había día de la semana que no recibiera infinidad de invitaciones para unirme y saber de alguien, conocido o desconocido por mí. Todavía me llegan, pero hoy como ayer, la tecla supr sigue siendo mi gran aliada en esos casos.

Nunca tuve Messenger ni Facebook, pese a que muchas personas insistían en que abriera una cuenta para contarles dizque a los "amigos", que a veces suman cientos o miles, aunque la mayoría son recién aparecidos, lo que me gusta y lo que no, lo que hago en este momento, dónde paso vacaciones y otras cosas más íntimas. Me niego a sacrificar mi poco tiempo libre frente a una pantalla mirando fotos de viajes ajenos, haciendo clic en "me gusta", o respondiendo encuestas del tipo "¿Crees que Fulana de tal debería tirar a la basura sus tenis amarillos?". ¡Me niego…

Luego vino el BlackBerry y con él una invitación que sonaba a orden perentoria: "Dame tu PIN". Responder "no tengo" era motivo suficiente para generar burlas y ser mirada como el espécimen que no se extinguió del paleolítico.

Después de un celular de los que se usan para llamar y contestar únicamente, y que fue a dar al inodoro en uno de esos olvidos de lo que se porta en el bolsillo de atrás, ascendí a un Smartphone y descubrí el WhatsApp, que me ha sido de gran utilidad en caso de búsqueda de hijos momentáneamente perdidos y de saludos esporádicos a algún contacto en un rato de ocio.

Pero seguí jugando escondidijo con el Twitter. Le cogí terror desde que el expresidente Uribe empezó a exgobernar a través de trinos que la mayoría de las veces parecen dardos. Él, y algunos otros personajes menos públicos pero más agrandados, que se creen el ombligo del mundo, son el ejemplo perfecto de lo que no debería hacerse en ninguna red social.

Hoy llego a Twitter seducida por algunos visos diferenciales que encuentro entre esta y otras redes, pero me propongo manejarlo de acuerdo a mi propio código de funcionamiento: Sin esclavitud, sin burlas ni irrespeto por ningún ser humano en medio de una muchedumbre virtual donde el sarcasmo, la ironía y la ridiculización se dan silvestres.

Sin que se me contagie la bobada de medir el "éxito" de acuerdo al número de seguidores.

Sin creer que si no estoy expuesta cada veinte segundos reportando el clima o la movilidad, no existo.

Tampoco pretendo descrestar a nadie con una frase de 140 caracteres que ponga a temblar la red, ni pisotear a nadie con un trino bien canalla, palabra muy usada por algunos de nuestros políticos abusadores de Twitter, y de las más inocentes, por cierto.

Pero sobre todo, llego ingenuamente convencida de que jamás ninguna red social debería dejar de ser una herramienta de difusión, de información, de diversión o de trabajo, para convertirse en un arma de ataque ni mucho menos en otra forma, una más, de rendirle culto al ego. Amén y ahí les quedo, dispuesta a que me sigan o me persigan. Nunca se sabe…

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