Los maullidos de Federico se escucharon por primera vez en el metro. Y aunque causó sorpresa entre los usuarios ver al enorme gato persa viajando en el vagón, metido en un guacal para adaptarse a la cultura del sistema, en los próximos días será más común compartir el recorrido con mascotas que pagan tiquete como lo hizo ayer este felino.
La llegada de esta mascota a la estación Envigado motivó cierto protocolo. El operador salió a recibirlo y antes de que pudiera entrar, verificó su carné de vacunación. Una vez autorizado el ingreso y cancelados los pasajes suyo y de su dueña, todos los usuarios a su alrededor tuvieron qué ver con este particular equipaje del que asomaban un par de ojos amarillos.
Mientras el gato daba ayer su primer paseo en el tren, la posibilidad de llevar animales domésticos en el metro provocó alegría entre defensores de los animales y propietarios de mascotas, pero también críticas entre quienes se resisten a que el viaje sea con perros y gatos a bordo.
Logro para los defensores
El director de la Sociedad Protectora de Animales, Aníbal Vallejo, consideró la disposición como "un logro hacia el reconocimiento de los derechos de los animales que el hombre ha domesticado".
"La medida es racional en proporción al rechazo que había durante mucho tiempo en relación con los animales", señaló.
Explicó que "como es un cambio tan drástico, son medidas que se tienen que ir adaptando a las circunstancias", y agregó que "para la comunidad puede ser muy brusco y para muchos extraño, pero son logros".
Vallejo sostuvo que en su caso dirige un consultorio veterinario de carácter popular y encuentra que muchas veces son grandes las dificultades que los usuarios tienen para pagar el desplazamiento de los animales.
Cambio que incomoda
En la contraparte, no fueron pocos los ciudadanos que se mostraron inconformes con tener que viajar junto a las mascotas en el metro.
Los malos olores, la posibilidad de que se orinen o defequen durante el camino, el ruido que hagan al interior de los coches, fueron algunos cuestionamientos frente a la nueva disposición para el transporte de animales domésticos. También aparecieron otros como alergias o la posibilidad de que los animales se conviertan en transmisores de enfermedades.
¿Irán a todas partes?
Rocky, un labrador dorado cachorro, también viajará muy pronto en el metro, por lo menos mientras quepa en un guacal no más grande de 60 centímetros. Y su ladrido sonará algo ahogado por el bozal que tendrá que usar para prevenir que intente morder a alguien entre las rejas de la jaula.
Julián David, pequeño como su amigo canino, se puso feliz con la noticia y quisiera que su compañero inseparable lo acompañe incluso al colegio; un pedido con el que sus padres tendrán que lidiar en adelante.
"Por ahora está bien en el metro, en su jaula y con bozal", matiza su mamá, sonrojada por la ocurrencia del niño. "Ojalá no le dé por orinar en los pies de alguien", repara y se ríe de la suya; probablemente conociendo las costumbres del cachorro.
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