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Los músicos de José Javier Mejía

  • Los músicos de José Javier Mejía |
    Los músicos de José Javier Mejía |
03 de noviembre de 2011
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De cuna en Barranquilla, pero arraigado desde niño en Medellín, José Javier cumple ahora treinta años de su persistencia terca y quijotesca con la pintura.

Su trayectoria le ha merecido el reconocimiento de infinidad de salas, dentro y fuera del país, que han abierto sus espacios para la exhibición de sus obras.

Las más recientes, en la Asamblea Departamental de Antioquia, en la Academia del Tango en Buenos Aires, en el Festival Internacional "Viva el Tango" de Uruguay y en la exposición de ciudad "Tangos colombianos en clave de pintura".

Por eso, el merecido reconocimiento que le hicieron, primero el Concejo de Medellín en 2010, otorgándole la Orden al Mérito Juan del Corral, Grado Oro, y recientemente la Asamblea Departamental, que le ha entregado la Orden al Mérito Civil y Empresarial Mariscal Jorge Robledo, Grado Plata.

En ambas ocasiones escuchamos su referencia como un testimonio de trabajo apasionado con el arte, un "hombre clave del desarrollo y proyección de nuestra cultura".

Los recientes "músicos" de este siempre joven pintor -ebrios, hebreos o ejecutantes del tango-, aunque son una exitosa forma de su creación artística, no son más que la última jornada en su persistente búsqueda de nuevas vetas de expresión.

En modo impresionista, percibimos bandoneones, contrabajos, oboes, elementos de percusión y algún paso de tango porteño, que delatan a un avezado pintor.

Pero esas escenas no lo atan, no son más que un paso en su exploración pictórica. Desde veinte años atrás, entendemos su admirable incapacidad para anclar en una técnica o tendencia, porque José Javier es esencialmente un explorador de formas, colores, trazos y expresiones.

En varios momentos de su historia, disfrutando sus exhibiciones, hemos creído observar el punto de llegada a su estilo, a su sello. Esto, por ejemplo, cuando en el inicio de los noventa, contemplamos por largo rato su producción de madonas y los retratos impecables, hechos con la técnica del pastel; luego, con la serie de los cazadores y su trabajo sobre los mineros, en los que mostraba todo su profesionalismo con los recursos del acrílico y el óleo. Pero lo que ha mostrado a través de su recorrido es su carácter como permanente buscador de técnicas, de metáforas, de estructuras y de modos para expresar su capacidad artística.

Posiblemente esté José Javier en el tono de lo que Nietzsche pedía para el arte: ser todo Dionisio, pero, también, todo Apolo, ser ese infinito juego de afirmación y negación, de apariencia y destrucción, para permitir que el parto persista, que la estética no sea un estanque sin olas, sino la afirmación de la disonancia como cuna de toda expresión; que sea lo dionisiaco y lo apolíneo, ese juego permanente de aparecer y desaparecer, de serenidad y embriaguez.

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