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Ley boba para fútbol avispado

  • Jorge Giraldo Ramírez | Jorge Giraldo Ramírez
    Jorge Giraldo Ramírez | Jorge Giraldo Ramírez
17 de abril de 2011
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Mientras se aprobaba con bombos y platillos la nueva ley del fútbol, las barras bravas destrozaban los alrededores del Atanasio Girardot, Hernando Ángel ajustaba tres meses sin pagarles a los jugadores del Quindío y la Dimayor le armaba camorra al director de Coldeportes defendiendo al infame empresario.

Ya se sabe que el fútbol colombiano es paupérrimo deportiva, organizativa y legalmente. Sin embargo, se asume como parte del paisaje. No hay discusiones serias sobre el tema ni por parte de los políticos, los académicos o los periodistas. La llamada ley del fútbol pretendía ser el espacio deliberativo para crear una política pública seria al respecto.

La selección Colombia hoy es equiparable a Bolivia, sufre con Perú y pierde con Venezuela. Las formaciones las maneja mitad el técnico y mitad los empresarios deportivos que necesitan poner en vitrina a sus jugadores. Mientras tanto, Hernández y Fernández nos hacen creer que cada minuto de un partido es una hazaña espectacular. De los clubes no hablemos, pues en los tiempos del fútbol global, el campeonato colombiano parece en cámara lenta.

Los clubes colombianos de fútbol son más desorganizados que cualquier microempresa informal. Y eso no es gratuito, es a propósito. La informalidad y el desgreño les sirven a los mercaderes de carne humana que se hacen llamar "empresarios" y a los dueños de los equipos que se enriquecen mientras los clubes viven en la miseria, mendigando apoyos oficiales y tratamientos diferenciales. Dice Jorge Barraza que en Latinoamérica los dueños son ricos y los equipos pobres.

Después está el tema legal. El fútbol sigue siendo una de las actividades económicas preferidas de los narcotraficantes, con la triste intervención de algunas glorias nacionales del balón. Incluso los equipos bien formados, viven limpiando la cadena criminal comprando jugadores a equipos bastante sospechosos. Y no es menor que a los jugadores no les paguen, que les hagan contratos laborales a salario mínimo para robarles la seguridad social y eludir los controles gubernamentales.

La ley del fútbol debía tocar estos temas y no lo hizo. El único artículo medianamente serio es el que tiene que ver con los derechos laborales de los jugadores, pero eso se podía resolver con la legislación del trabajo. Después se consignaron bellas palabras sobre la sociedad anónima y la democratización, pero se dice que ello no es obligatorio. ¡Habrá algo más tonto que una ley que no obliga!

Al final se nota la mano de Germán Vargas Lleras en la ley. Si juzgamos por su especificidad, realmente la ley se hizo para meter a la cárcel a los hinchas violentos. Parece ser que la inteligencia gubernamental para tratar los desórdenes no pasa de la fórmula policía más cárcel. Debieran informarse acerca de cómo se solucionó el problema en Inglaterra, donde ya no hay vallas, ni violencia, ni distracción a la fuerza pública, luego de ser el fútbol más violento en los años ochenta.

De nuevo la ley es dura con el débil y complaciente con el fuerte. ¡Que tiemblen los muchachos tontos que se desfogan en las trifulcas dominicales! ¡Que sigan gozando los despóticos señores del fútbol!

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