No faltará el desprevenido que predique que para que haya justicia debe reinar la paz y, sería muy grave, que supeditara el imperio de la justicia al acallamiento de los fusiles, desistimiento del secuestro extorsivo, suspensión del narcotráfico, no reclutamiento de niños y, en fin, a la supresión de todas esas prácticas delincuenciales de los terroristas que tienen asiento en La Habana.
Desde nuestra declaración de Independencia, el 20 de julio de 1810, hasta la fecha, no hemos tenido una justicia pronta, oportuna y justa.
Extraño tener que reiterar que la mayor cualidad de la justicia es que sea justa, pero en Colombia si algo tenemos claro es que la justicia es interesada, politizada y amañada a favor de quienes, con su dinero, sobornan y enlodan la majestad que debe primar en los fallos.
"La justicia es para los de ruana", es una expresión popular en la que se resalta que aquí paga cárcel, con contadas excepciones, quien no tiene el dinero suficiente para torcer el fallo justo hacia una sentencia favorable a sus intereses.
Afirmar que la justicia no puede ser obstáculo para la paz es, sin lugar a dudas, un esperpento mental y el resultado de una obstinación enfermiza.
Una paz sin justicia es como un edificio sin cimientos. Ambos se caen con el primer temblor.
Cuando la justicia es selectiva y torcida, quedan personas heridas, resentidas y con rencores inmensos que los llevan, en muchas ocasiones, a realizar acciones violentas casi siempre, para hacer por su propia mano lo que consideran justo.
La violencia política en Colombia y el malhadado Frente Nacional que acalló las armas pero nunca atacó la raíz de esa violencia, generó demasiadas víctimas.
Muchas de ellas aceptamos, en aras de una convivencia pacífica, las decisiones y la repartija de los recursos públicos entre liberales y conservadores durante 16 años, pues consideramos que ese era un camino para el inicio de un clima adecuado para serenar los espíritus y llegar a la construcción de un país justo.
Pero algunos no aceptaron.
Su resentimiento era muy profundo y para ellos la inexistencia de justicia era un motivo suficiente para continuar con su rebelión.
Permanecieron en las selvas y con el tiempo se agruparon en esos ejércitos irregulares armados que degeneraron en narcoterroristas.
Su ideología fue muy débil desde el principio pero fueron utilizados durante un tiempo por los izquierdistas universitarios que se fueron enlistando y, por corto tiempo, le dieron una connotación ideológica a una lucha por la venganza.
Venganza era el motor de esa lucha, nunca los iniciadores de esas bandas criminales pensaron en el cambio social. Ese fue un añadido, efímero y posterior.
Era la venganza originada por el sentimiento y el rencor de quienes se sintieron tratados injustamente, de modo que ahora no podemos cometer de nuevo los errores de 1958, acallando los fusiles y generando una nueva oleada de resentidos por la falta de justicia.
Si no hay justicia cierta, justa y oportuna, no tendremos paz. Y en poco tiempo estaremos en otro proceso de reinserción para, de nuevo, torcerle el cuello a la justicia.
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