Cada 12 de diciembre, el padre Manuel Antonio Bran Mesa, Manolo, como le dicen, tiene una cita infaltable. A las 4:00 p.m. celebra misa en la Ermita de Jesús, la parroquia dedicada a la Virgen de Guadalupe.
No es una eucaristía cualquiera. Le recuerda sus inicios como misionero, cuando el mapamundi le señalaba África, Paraguay o México.
Y como una especie de guiño desde el cielo -que él entendería después-, empezó su tarea con los indígenas Zapotecas, en Oaxaca, México. En condiciones precarias, sin agua ni luz, Manolo tuvo una crisis con su ministerio.
Angustiado y al borde de renunciar, salió a conocer Ciudad de México y llegó hasta el Santuario de la Virgen de Guadalupe.
Pasó tres veces por la banda que deja ver el cuadro -de gigantes proporciones, que ni siquiera una explosión en 1921 logró destruir-. "Algo se me movió por dentro", dice, todavía conmovido. Al día siguiente supo dónde tenía que estar.
Ayer, el día clásico de la Guadalupana, Rodolfo Esquivel, Alejandra Jiménez y su hijo Fabián le regalaron un cáliz con el que Manolo celebró la eucaristía.
En Medellín, ellos, muy mexicanos, vivieron el fervor en la ciudad por la Emperatriz de América como también llaman a la Virgen que se ha convertido en todo un ícono en la región.
En la Basílica de Guadalupe en México, la tradición es caminar de rodillas hasta llegar a la imagen impresa en una tela burda que no se ha borrado con el paso del tiempo y que está llena de simbolismos. Sus 129 rayos, sumados se refieren al número 12, el de los apóstoles; y en su pupila caben múltiples rostros que se han descubierto a partir de análisis.
Con esa fe que expresan los guadalupanos, en Medellín hay decenas de seguidores. Cuenta Gloria García, que cada miércoles en el restaurante de comida mexicana Milagros, que creó con su hermana Paula, se encienden las velas, a las 8:30 p.m., para honrarla. Y cada viernes se llevan papelitos con los pedidos a esta Virgen, la "morenita". En su memoria hay muchos milagros cumplidos que contar.
Dicen que solo basta hablarle al oído de forma sencilla, tal como ella lo hizo cuando se le apareció al indígena Diego Cuauhtlatoatzin, y le dijo: "No temas. ¿No estoy yo aquí, que soy tu madre?".
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