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HISTÓRICO
La lengua se ensucia y así se queda
POR JOHN SALDARRIAGA | Publicado
"No me molesta que me insulten; lo que me molesta es que me insulten con errores de ortografía".

Asegura el escritor Óscar Collazos. Y lo dice en serio. A él lo insultan a veces, comenta, no en la cara y de boca, lo cual sería entonces preferible, porque así no se daría cuenta de las barbaridades ortográficas, sino por correos electrónicos.

Y tiene razón. Uno, en calidad de insultado, desea y tiene derecho a que el madrazo que reciba venga con la hache donde corresponde: hijo de...

"Pero es que ojalá se tratara de un insulto así de insignificante", aclara el autor de Rencor, desde el calor de Cartagena de Indias, aunque no da detalles acerca de la clase de insultos de que es objeto.

Este escritor dice que entre los errores del español que suele oír en la gente, uno de los que más le martirizan es el dequeísmo. Se refiere a ese fenómeno, contrario al queísmo, que se refiere a esa costumbre de algunas personas de usar de que con verbos que tienen complemento directo.

"Yo pienso de que tuvimos un gran partido y de que por ahí se nos dieron las cosas para sacar un buen resultado", se escucha decir a unos futbolistas.

Collazos añade que no le duelen tanto los errores que se cometen en las redes sociales, porque entiende "que estas son el espacio de la imbecilidad".

Y es que uno sufre con los errores idiomáticos. Con los propios y con los ajenos. Por eso, a una mujer de negocios madrileña nacida en Cambridge, María Irazusta, licenciada en ciencias de la información, le dio por escribir un libro llamado Las 101 embarradas del Español. Y a la editorial Espasa le dio por publicárselo este año.

Es un volumen curioso, simpático e interesante, en el que la estudiosa menciona, con humor e ironía, varios errores que los hablantes y escribientes del idioma de Cervantes suelen cometer.

A propósito, el autor de El licenciado Vidriera aparece en la carátula con una pupa en la boca, como para que no llore ante tales adefesios.

Irazusta habla, por ejemplo, de los eufemismos. Por no decir que "Obama es negro", hasta en los medios de comunicación —vehículos en los que suelen viajar cómodas las aberraciones lingüísticas— recurren a gambetas ridículas. Dicen más bien: es afroamericano o de color.

Y siguiendo con los eufemismos, dicen faltar a la verdad, en lugar de decir mentir. En ortografía, ella alude a la tilde en ti, mal acostumbrada por muchos, y resume la regla en un versito para que uno se la aprenda fácil: "no hay tilde para ti, pero para mí, sí".

La estudiosa del lenguaje menciona también esas palabras inventadas, como el verbo "preveer".

Este verbo inexistente, explica, "es un engendro producto de la mezcla de los verbos "prever" y "proveer", que sí existen.

Neoespañol
La inquieta María Irazusta llama la atención sobre el neoespañol que se está gestando. Todos saben que existe, que está conformado por aberraciones extremas, pero pocos hacen esfuerzos por evitarlas: ya la gente no dice definirse o situarse sino posicionarse; no está diciendo impulsa o reactiva sino relanza; ya está diciendo clarificar en lugar de aclarar; focalizar en vez de enfocar; no dice iniciar sino inicializar; direccionar por dirigir.

Y uno agregaría otras complicaciones sin sentido como visualizar, en lugar del humilde pero preciso ver, o inicializar por iniciar.

Tal vez ese neoespañol sea producto del esnobismo, esa exagerada admiración por todo lo que esté de moda, que incita a muchas personas a cultivar los errores como quien abona la maleza. O a que los usuarios del español se dejan arrastrar como seres inertes por esa corriente de vocablos provenientes de la informática, sin adaptarlos a las palabras de nuestra lengua.

Lección que riega un error
Al escritor Juan Diego Mejía, los errores que más lo desesperan, oídos y leídos, son los que se cometen con el verbo haber.

"Por lo general, se ignora que este verbo no tiene plural", indica.

Por eso es que se oyen los irritantes "habían carros" y "habrán fiestas", en lugar de los correctos "había carros" y "habrá fiestas".

"Es algo dramático", comenta el autor de A cierto lado de la sangre.

Sin embargo, hasta este punto, esa irritación apenas le alborota la gastritis. Lo suyo llega a la úlcera cuando escucha que al pedir "un vaso de agua", se lo entregan encimándole una respuesta que pretende ser lección gramatical: "Aquí tiene su vaso con agua" y subrayan ese con como si le estuvieran diciendo: "aprenda, ignorante".

Sabiendo que en esta oración, la palabra vaso alude a la medida de agua que desea; no al material del vaso.

Comenta que también se desespera un poco con los modismos —vocablos de moda o lugares comunes—, que usan los vendedores y se van extendiendo en el habla popular: "cuando en una tienda preguntas por un producto, te contestan: "ese no lo manejamos". Por decir, simplemente: "no lo vendemos"".

Denuncia que incluso escritores, por miedo a usar una expresión correcta, pero que han querido desplazar del habla corriente, como el verbo poner, le sacan el cuerpo a las oraciones.

Les da lidia decir: "me puse bravo", lo cual no tiene nada de incorrecto y son capaces de salir con la perla: "me coloqué bravo".

No hay nada más contagioso que los errores idiomáticos. Es curioso: muchas personas deban recurrir a refranes o retahílas (erre con erre cigarro...), o a las antiguas rimas de José Manuel Marroquín, para aprender el uso correcto o la ortografía de las palabras (Con zeta se escriben azada, vergüenza, hozar, despanzurra, bizcocho, azafrán, azufre, bizarro, calzones y trenza, coraza, lechuza, durazno, azacán).

En cambio, para aprender las barbaridades más complejas, casi nadie requiere de trucos nemotécnicos.

En los letreros de los negocios, en las tabletas metálicas que en las vías indican destinos y distancias, hay a veces errores de ortografía. En nuestro medio, es común ver en ellas la palabra Itagüí, sin diéresis y sin tilde.

En las canciones, también viajan los errores. La gente las tararea sin corregirlas y así, el error vuela de la emisora o el reproductor de discos a los oídos, y de boca en boca.

En Volver, Carlos Gardel dice "que veinte años no es nada", en vez de decir: que veinte años no son nada; en La fuerza del destino, Ana Torroja, con Mecano, dice "tú contestastes que no, en lugar de contestaste (lo mismo que en algunos vallenatos, que le agregan una ese a la conjugación de verbos en segunda persona: dijistes, oístes, fuistes). En El apachurrao, la canción parrandera de Leonardo Marín, dice "mi caballo no andó más, en vez de decir "no anduvo más..."

En fin. Con tantos errores idiomáticos que se contagian como los resfriados, resulta pertinente el librito de la Irazusta. A ver si no ensuciamos esta lengua que tenemos en la boca.
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