La historia del mundo está atravesada por agudos momentos de intolerancia. La violencia entre pueblos se ha prendido con una débil mecha y ha detonado complejos conflictos políticos. El año pasado el predicador estadounidense Terry Jones quemó el Corán en medio de uno de sus sermones. El acto, desde luego, desató la ira en Afganistán y produjo varios ataques en los que murieron numerosos civiles y varios funcionarios de las Naciones Unidas.
Ahora, Jones utilizó un video como cerilla para detonar un nuevo rifirrafe que ya dejó víctimas.
La película, transmitida por internet, muestra a Mahoma como un burro, como “el primer animal musulmán”. También presenta al gran profeta como homosexual, mujeriego, pederasta, hijo de dudoso origen y como el más sanguinario. Como era de esperarse, la comunidad musulmana se enfureció de nuevo.
La religión ha sido casi como un órgano vital del hombre, lo acompaña desde la cuna hasta el sepulcro y consagra los momentos más solemnes de su existencia. Además, la religión es esencial en la vida de los pueblos salvajes y cultos, y es un motor que les imprime desarrollo o atraso en el orden político, social y moral. La historia de las religiones -como lo señaló el padre jesuita Pietro Tacchi Venturi- , es un resumen de los principales pueblos del orbe y de las múltiples formas culturales en honor de las mil divinidades. Se da, entonces, un sentimiento de dependencia del hombre hacia la divinidad.
Pero la religión ha promovido también cruentas guerras y se ha valido del sometimiento de los hombres.
Para no ir muy lejos, por ejemplo, durante la Conquista española en América, no sólo hubo dependencia económica, sino política y religiosa. A nuestros aborígenes los evangelizaron con la religión católica. La Conquista venía sellada en el campo religioso con la veneración a la divinidad de los conquistadores.
La religión es el trato íntimo con Dios. Un Dios creador del universo. Es apenas entendible que a ese creador se le ofrezcan sacrificios. Esta explicación nos invita a respetar las creencias religiosas y a sus íconos, como el caso de Mahoma para los musulmanes.
La comunidad musulmana está unida por poderosos vínculos de solidaridad, sustituyendo el vínculo de la sangre por el lazo de la fe.
En consecuencia, para los árabes el islam simboliza una poderosa fuerza. Esa fuerza dio origen a un ídolo como Mahoma, hace mil quinientos años, un auténtico revolucionario religioso de la época, que con su fino instinto y sensibilidad le dio una sacudida a la concepción religiosa de la época.
Así pues que la ira de los musulmanes viene de una tradición cultural arraigada, mucho antes de que surgiera Mahoma.
Ahora es el Corán el vehículo de su fe, el tesoro más sagrado que les dejó el profeta y, bien lo sabemos, es una doctrina poderosa, cuyo fervor ha generado fuertes enfrentamientos humanos.
Pareciera que la humanidad avanza más hacia su destrucción, basada en sus propias intolerancias y no en los retos que le impone la naturaleza. Entre esas intolerancias, la religiosa sigue agravando los conflictos entre los pueblos.
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