Por una fotografía, Juan Fernando Quintero conoció a su padre. La violencia lo privó, desde muy pequeño, de estar a su lado.
Su mamá, Lina María Paniagua, así se lo hizo saber el día que, llenándose de valor, le contó la terrible historia. Apenas estaba entrando en uso de razón.
¿Era así, como usted, de calidoso su padre?... Y él deja salir una sonrisa inocente y nerviosa antes de contestar: "me imagino que sí; mis tíos, que poco me hablan de él, jugaban muy bien".
Se le nota tímido. Y con razón, porque apenas despunta. A sus 17 años de edad no tiene novia, pero ya es bachiller y, por encima de todo, emerge con gran talento en el fútbol profesional, como se atreven a decir entrenadores y hasta sus propios compañeros.
"Imagínese qué tan grande era mi papá si. Me cuentan que era más chiquito que yo que escasamente mido 1,68 metros".
Por bajito fue que el técnico de las selecciones de menores de Colombia, Eduardo Lara, lo descartó del combinado nacional. Situación que, confesó Juanfer -como lo llaman- lo hizo sentir mal e incluso con ganas de dejar el fútbol.
"La verdad, me sentí muy desilusionado al verme despreciado por el técnico Lara. Llegué a pensar que no era él el que me dejaba por fuera sino el país", advierte mientras hace un gesto de incredulidad.
Con tristeza recuerda que "no sólo me devolvió y privó de un Mundial sub17, sino que me dijo unas palabras muy malucas, que no deseo repetir, y que me hicieron sentir mal y hasta decepcionarme de mí mismo".
Sin embargo, y recordando los sufrimientos por los que pasó su madre para sacar adelante la familia cuando vivían momentos difíciles, siguió adelante gracias al soporte de quienes han visto en él un diamante por pulir, como Néider Morantes, de quien empezó a aprender "la manera de copar los espacios en la cancha, los movimientos que debo hacer en un partido y el sitio en el que le debo pegar mejor a un balón".
Ahora siente más el fútbol, al que le roba instantes para divertirse escuchando reggaetón y salsa romántica.
"No lo dejé, porque encontré respaldo y recibí consejos en Envigado, pues con lo que me dijo el señor Lara llegué a creer que no había nacido para esto".
Ese espaldarazo que encontró en el club naranja, un club experto en formar futbolistas talentosos, lo lleva a contar, con orgullo, que "en mis inicios fui el mejor jugador del Ponyfútbol, fui campeón con Envigado, una vez decidí cambiar de posición, más porque me gozaban que por convicción".
En esa época era arquero. Hoy es mediocampista. Y así como un buen día se transformó en un volante de creación, cambió igualmente su vida, gracias a ese talento innato que reconocen sus compañeros y hasta técnicos. Entonces pasó del sector de El Socorro, barrio San Javier, a instalarse en el municipio de Envigado, donde hace cuatro años empezó un proceso que, cuenta "me debe llevar a ser un gran profesional y a jugar, algún día, porqué no, en el Real Madrid de España".
Esos sueños están sustentados en su capacidad con la pierna izquierda, en la fortaleza mental que lo tiene retando a veteranos como Ever Palacio (el de mayor edad en el torneo con 41 años) con la consigna de "que en la cancha todos somos iguales".
Su técnica hace recordar, en la escuadra naranja, a otros hombres que también fueron niños prodigio y terminaron siendo referentes como Mauricio Molina, que hoy juega en Corea del Sur; Giovanni Moreno (Racing de Argentina), James Rodríguez (Porto de Portugal) y Dorlan Pabón (Nacional).
Esa estela de figuras que le antecedieron con éxito es lo que lo tiene feliz, máxime cuando el técnico Rubén Darío Bedoya le cree y lo tiene en la titular, una realidad que empieza a tomar forma de la mano de Néider.
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