- Juan José Botero, un autor antioqueño por descubrir.
Pero Juan José Botero no se quedó en Lejos del Nido, quizás su obra más conocida. Poesías y Comedias, un libro publicado en 1928 por Carlos A. Molina, que encontré en la ?Troje Pensante?, la biblioteca de mi padre, me reveló el maravilloso mundo de las poesías y las obras de teatro de mi bisabuelo, Juancho, que contaban esa parte de Antioquia, jocosa y alegre, que combina la rima y el sainete, al mejor estilo del género festivo, para hablar de las penurias y alegrías de quienes vivieron en los comienzos del siglo XX.
Antonio José Restrepo, autor de El Cancionero de Antioquia dijo que el ?género chico? de Juan José Botero ?puede compararse con los mejores sainetes de los altos ingenios de España?.
Y así es. Quiero ser gato, Elogio a un tamal, La nigua y Percances de un conejo, algunas de sus poesías; Juana, la contrabandista; Margarita, Un duelo a taburete, Las bodas de un francés y Los cazadores de Guamito, son tan sólo una muestra de las obras de teatro y sainetes que evidencian en la musicalidad de cada estrofa o parlamento, el ingenio de un escritor del que nos queda el acento de su espíritu alegre y su humor vivaz.
Para acercarse a esa figura de la literatura temprana antioqueña, un buen comienzo es acudir a la autobiografía de Juan José Botero, que él mismo publicó en la Imprenta de Rionegro en 1896: ?Me llamo Juancho. El tipo mío es muy común: pelo americano, es decir sin curvas; reducidas poblaciones de barba, que apenas alcanzan a caseríos; ojos pequeños; pestañas, así...así; nariz torcida, buena boca, dientes de porcelana, con algo de caucho, frente ancha y en la parte superior de la cara, orejón, dos manos y dos pies de regular tamaño, y una cabeza enorme (de aquí el apodo de cabezorro, cuando pequeño).
(...) Fui muy mal estudiante como puedo comprobarlo con testigos condiscípulos, personas de buen crédito, en quienes no concurre ninguna causal de impedimento. Tapadísimo para aprender una lección, desentendido y juguetón, hasta la quinta abrazadera.
¿Estudio para mi? ¡Que estudio ni que pan caliente! De escuela: trompos, cometas, corozos, pirinolas, el turro, la pared, casitas, pares y nones (...)?.
La nigua, una de sus poesías más desconocidas, describe las peripecias de ese artrópodo, conocido en el campo antioqueño, que debido a prácticas poco higiénicas de antaño, se aloja en un dedo del pie, debajo de la piel, y además de producir picazón y ardor, es persistente y difícil de erradicar.
Poesía La Nigua
Tan chiquita, tan pequeña,
Tan invisible, tan nada,
Es un átomo, es un punto ,
De figura es ultra escasa;
Pero corre como perro
Y como conejo salta,
Y muerde como la víbora
Y arroyos de sangre saca.
No sabemos cuándo llega
y se nos sube a las zancas,
Pero a veces sí sentimos.
Cuando corre y cuando salta
y se aferra del pellejo
con su aguda trompa larga.
Ella baja, luego sube
Camina, después se para,
Mete el pico, toca, huele,
recorriendo nuestra planta.
Y se prende de los dedos
o del calcañar se agarra.
Allí luego se está quieta: ya no corre, ya no salta,
si halla dónde formar nido o hacer de carne la casa.
Y comienza su trabajo y empieza a meternos lanza, con su agudo, largo pico, el pellejo nos taladra y la sangre se la chupa y con gusto se la traga y se come los terrones que de aquella cueva saltan.
Y aunque más pellizcos vengan, aunque más pellizcos vayan;
Aunque el señor de los dedos con las uñas la acorrala, ella sigue trabajando con su fina trompa larga, sin ver lo que sufre el dueño del predio donde hace la casa.
Al principio cuando entra, ella poco espacio abarca,
Pero da en poner sus huevos por montones y a la diabla.
Y a la par que crece y se esponja, se esponja y crece la casa.
Y aquel nido de la nigua que al principio no se hallaba, se vuelve una perla, un mote, un melón, una tinaja y amarillea desde lejos con su tinta anaranjada...
¿Habrá quien no haya tenido una nigua bien toreada y no haya despedazado alguna estera, rascándola?
¿Habrá alguno que no goce saliéndosele la baba, al sentir el picoteo de la nigua cuando escarba?
¡Ay¡ una delicia es esto, es una cosa magna, que sólo puede igualarse a comer con buena gana.
Y no me vengan con cuentos que a todo mundo esto pasa,
Otra cosa es que los tontos no confiesen la chaguala.
Pero sigamos la historia de la nigua en su morada, cuando vemos que se crece, que se esponja, que se ensancha.
A ella como inquilino, el dueño de la posada armado de alguna aguja o de una sutil navaja, llega un día y, sin fórmulas,
Ni un ?desocupe la casa?, con tiempo rompe la puerta a todo sol me la planta,
con satisfacción cogiendo entre uña y uña esa sarta de huevos que cual castillo revientan, suenan y saltan.
Quedando la pobre nigua, no ya, como antes, ufana, ágil, traviesa y saltona, sino triste, mustia, lánguida...aguardando que las uñas del que carne le dio y casa den fin a tan duras penas volviéndola pura cáscara.
La nigua es pequeña y mucho,
Pero aunque pequeña,
Guapa pues no le teme a las fieras
Ni a las ruines alimañas: dejadle venir un toro, una sierpe no le alarma.
De un puñal ella se ríe, corre por sobre una espada, juega con una escopeta y un revolver no le espanta;
Empero no le mostréis una aguja, una navaja, ni le indiquéis unas uñas;
porque al punto se desmaya.
La nigua aunque se asemeja a la pulga, es más mediana, mucho más;
Pero también es mucho más condenada.
Pone al hombre, algunas veces, caminando en cuatro patas, lo martiriza, lo tulle y a veces hasta lo mata.
Una nigua es una fiera, es la criatura más brava: ¡Ah¡ si se aumentara su cuerpo, con el genio de su raza, la humanidad no existiera, ¡qué de gente se tragara¡...Mi Dios siempre sabe mucho con ese viejo es jarana,
Sabe más que el Padre Astete, sabe más que el mismo patas.
A la nigua que es pequeña le dio hiel
avinagrada,
Y en el elefante puso la mansedumbre
y la calma.