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El Papa y los jóvenes

  • María Clara Ospina H. | María Clara Ospina H.
    María Clara Ospina H. | María Clara Ospina H.
10 de enero de 2012
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En su homilía de Año Nuevo oímos a un Pontífice cansado físicamente y muy envejecido pero con ideas muy claras. Su tema central fueron los jóvenes.

Benedicto XVI, aunque no tiene el carisma de su antecesor Juan Pablo II, ni esa conexión directa con los jóvenes que tenía aquel Pontífice, sí tiene a los jóvenes permanentemente en su corazón y dialoga con ellos con la experiencia de un erudito profesor universitario, lo que fue por muchos años antes de llegar al pontificado, conocedor a fondo de las inquietudes y los peligros que enfrentan las nuevas generaciones.

El Papa habla también con el amor y la experiencia de un abuelo, un abuelo preocupado por el bienestar y por el crecimiento moral de su rebaño.

Al hablar a los jóvenes y sobre los jóvenes nos señala a todos los adultos como educadores, como responsables de transmitir e inculcar en ellos los valores que recibimos de nuestros mayores, nuestra Iglesia, nuestras tradiciones. Somos nosotros los responsables de pasar la llama de la doctrina cristiana, la cual parece estar extinguiéndose.

¿Quién habla hoy de valores como la caridad, el pudor o el recato a sus hijos, a sus nietos, en un mundo donde cada vez se extingue más la comunicación interpersonal? ¿Acaso a un niño, o un joven, conectado a internet la mayor parte de sus horas le queda tiempo para hablar con adultos sobre moral, bondad, perdón, la relatividad de las riquezas materiales, el respeto que se le debe a un anciano, o cómo saber envejecer con dignidad cuando le llegue su tiempo?

A Benedicto le preocupa la cultura del relativismo y nos sorprende con sus agudas preguntas: "¿Tiene aún sentido educar? ¿Educar para qué?". Estas preguntas son un campanazo de alarma que todos debemos escuchar.

No se trata de educar simplemente para que aprendan números, fórmulas y algunos conceptos, como se pretende con las famosas clases virtuales que se están poniendo de moda en algunos lugares. En Estados Unidos, por ejemplo, miles de estudiantes, aun algunos en kínder, reciben clases de un computador y no de un maestro. Puede que estos estudiantes aprendan mucho de sus pantallas, lo que no van aprender de ellas es ética o moral o a relacionarse con otros seres humanos, a formar parte del enorme rompecabezas global del cual cada uno de nosotros es una pieza fundamental.

Las nuevas generaciones que han crecido frente a un televisor, un computador, u otro aparato electrónico y han creado un lenguaje mínimo y casi primitivo para comunicarse cibernéticamente, serán cada vez más individualistas, egoístas, intolerantes y violentas.

El Pontífice nos plantea: "Frente a las sombras que oscurecen el horizonte del mundo actualmente, asumir la responsabilidad de educar a los jóvenes para enseñarles la verdad, los valores y las virtudes fundamentales, es mirar al futuro con esperanza".

El ser humano necesita de la interrelación para aprender tolerancia y actitudes creadoras de paz, hermandad y convivencia pacífica. Hablando y oyendo todos aprendemos algo. La conversación con los jóvenes es la ruta de doble vía que debemos tomar, ellos aprenden de nosotros y nosotros de ellos.

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