Colombia se ha vuelto un país de teólogos. La muerte de su escritor más reconocido ha encendido un debate sobre si es justo o no condenarlo al infierno. Se habla mucho de todo: del poder y la gloria, del exilio y de la inmortalidad, de cenizas, de acueductos y de ventas millonarias. Pero de literatura, poco.
Gabriel García Márquez no fue el mejor escritor del mundo, ni de Colombia. Como no existe el “literatómetro”, ni siquiera podemos decir que fue el mejor escritor de Aracataca. Pero a los charlatanes les encantan las listas, los rankings, las dinastías: se ha dicho que nuestro muerto grande es sucesor de Cervantes. Lo cierto es que García Márquez cumple con los requisitos que Chesterton señala para identificar a un gran hombre: no ser entendido ni por sus críticos ni por sus admiradores.
García Márquez fue una mezcla irrepetible de talento, circunstancias, suerte y determinación. Fue celebridad, personaje histórico, best seller, y gozó del aprecio de lectores “serios”. Escribió por lo menos media docena de libros excepcionales. Pero escribir bien no es suficiente para lograr lo que logró. García Márquez dejó huella en el periodismo, el cine y la política. Con todo y eso, su triunfo sería inexplicable si ignoramos la publicidad y los amigos, las dos alas enormes que dieron vuelo a su leyenda.
Poco antes del éxito de Cien años de soledad, García Márquez se ganaba la vida como publicista. Su carrera cambió cuando se convirtió a sí mismo en un producto. “Gabo” fue los escándalos, la presencia constante en los medios, los símbolos de marca -flores amarillas, mariposas- y las frases memorables. Una de esas frases -quizá la más repetida- habla de la otra razón de su éxito: “Escribo para que mis amigos me quieran más”. La marca “Gabo” recibió contribuciones sustanciales de amigos como Álvaro Mutis y Álvaro Cepeda, de Carlos Fuentes, Vargas Llosa y Fidel Castro. Llevada por esas alas, su imagen escapó del control de su creador y es por eso que ha sido utilizada para fines que ni él mismo imaginó.
Ahora hemos quedado a solas con la obra. Es de esperar que vengan tiempos de olvido y reivindicación. Habrá mudanza en los favoritismos. Pero no hay que ser pitonisos para vaticinar que García Márquez seguirá ardiendo en el fuego de la incomprensión. Lo bueno es que ese infierno no resulta tan temido si uno piensa en los que tienen el cielo asegurado.