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Dejemos hablar a Onetti

El escritor Gustavo Arango rescata del olvido a una figura clave de las letras latinoamericanas del siglo XX. Juan Carlos Onetti hizo parte del boom.

  • "¿Quién se va a acordar de Onetti dentro de 20 o 30 años?", preguntaba el mismo autor, quien murió en Madrid. Foto ARCHIVO
    "¿Quién se va a acordar de Onetti dentro de 20 o 30 años?", preguntaba el mismo autor, quien murió en Madrid. Foto ARCHIVO
08 de junio de 2014
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Los veinte años de la muerte de Juan Carlos Onetti llegaron y se fueron sin mucho ruido. El escritor uruguayo no recibió la atención, como de estrella de rock, que en los últimos meses recibieron García Márquez o Cortázar. Nadie recitó de memoria pasajes de sus libros. Nadie va por el mundo con ganas de parecerse a uno de sus personajes. Nadie, ni siquiera, presume de haberlo leído. Salvo el anecdotario sobre su hosquedad a veces dulce, sobre su exilio y su decisión de meterse de por vida en una cama, Onetti permanece en la penumbra. Y es bueno que así sea.

En tiempos en que las ventas se imponen como criterio de calidad, Onetti nos recuerda que la literatura suele ser un asunto secreto, una conversación lenta y a veces incómoda, porque su materia prima es la verdad. Su poética es la del deterioro, la vejez, el desgaste del cuerpo y las ideas, la terrible inconsistencia de todo ser humano. Onetti cobra peaje. Filtra desde las primeras frases de sus textos y deja por fuera a los tibios, a los que tienen miedo de pensar, a los que temen a la incertidumbre, a los que buscan en los libros una forma de escapar.

Como no dejará de haber lectores osados, quizá sea oportuno hacer un breve mapa. Con Onetti tenemos el cuentista (El posible Baldi, Un sueño realizado, Esbjerg en la costa, la cara de la desgracia, Jacob y el otro, Tan triste como ella, El infierno tan temido... imposible nombrarlos todos), el autor de unas novelas tempranas (El pozo, Tiempo de abrazar, Para esta noche), el escritor maduro (La vida breve, El astillero, Juntacadáveres) y el autor que todavía está esperando unos lectores que no parecen de este mundo (Dejemos hablar al viento, Cuando ya no importe, los cuentos finales). Si alguien que empieza pidiera consejo para explorar el mundo Onetti, sería bueno que empezara por los cuentos y por El Pozo, para acostumbrarse a descarrilamientos, a enigmas sin solución, a franquezas que curan de aspavientos; para habituarse a esa sensación de estar tremendamente vivos y muriendo, desmoronándonos mientras leemos.

Superada la etapa de iniciación, se habrá alcanzado la lentitud y la actitud propicia para entender las novelas de madurez, para aceptar que la única certeza que cada uno tiene es "me parieron y aquí estoy", para lidiar con las hipocresías que nos permiten soportarnos día a día. Después, el rumbo lo decide cada uno. Se puede volver al apretado asombro de las novelas tempranas o a la ligereza iluminada de los textos finales. La vida creativa de Onetti fue como la del pintor del que habla en Dejemos hablar el viento: una búsqueda de la expresión más simple, menos artificiosa.

A la hora del balance se verá que de todos los payasos de ese circo que ha sido la literatura latinoamericana desde que se mezcló con la publicidad, Onetti ha sido el menos pintarrajeado, el más fiel a su mensaje, el más artista de todos.

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