A propósito de las celebraciones del día del periodista volvimos a escuchar venerables ideas acerca de los mandamientos que deberían guiar el trabajo periodístico.
Alguno de los mencionados, en términos positivos, fue la necesidad de que los periodistas conservaran una actitud de crítica al poder estatal y, lo mismo dicho de manera negativa, de que los periodistas actuaran como si los comunicados oficiales fueran siempre una sarta de mentiras.
El principio se remonta, al menos, al siglo XVIII y cubría no sólo a lo que hoy llamamos periodistas sino también a los intelectuales en general. Eran los tiempos del Estado absoluto, de la sociedad analfabeta y de la emergencia del escritor político imbuido de ánimos ilustrados. Mantener esa idea tal cual hoy no se acomoda ni a las realidades del poder ni a los planteamientos de las principales teorías políticas.
Quien crea que el poder en el mundo contemporáneo es solo el poder político está equivocado, quien crea que el poder político es en todo momento y en todo lugar el mayor poder se engaña a sí mismo y engaña a los demás, quien crea que el poder político es el peor poder debe estudiar mejor la sociedad.
Una de las cosas que hace que nuestra época sea tan diferente a la modernidad es la multiplicación de los poderes que compiten con el Estado: el poder económico, el poder ciudadano, el de los grupos de presión, las mafias, los grupos armados ilegales, entre otros.
Existe una diferencia básica entre estos poderes y es que mientras el poder del gobierno está dirigido, bien o mal, al bienestar general, los demás poderes actúan siempre o casi siempre en defensa de un interés particular.
En consecuencia, no es lo mismo ser un crítico sistemático del Estado que ser un crítico sistemático del poder. En los últimos 30 años los mayores críticos del Estado en Colombia han sido en su orden: los apóstoles neoliberales que se opusieron a la regulación para defender el libre mercado y a quienes más ventaja sacaban de él; los contestatarios políticos que repitieron los discursos de la opresión y le prestaron sus ideas a la lucha armada; las individualidades inconformes que inspiraron las horribles piezas de "arte social" que hoy, por fortuna, escasean.
Por último hay que recordar que uno de los mayores poderes del mundo de hoy es el poder de los medios de comunicación y ello es también un poder inmenso de los periodistas, no sólo de los dueños.
El periodista tiene el poder de escoger el tema y las fuentes, de esconder problemas y responsabilidades, de incidir en la agenda pública y de sembrar sospecha.
Es bueno recordarlo porque todo poder ilimitado es pernicioso y porque todo poder debe equilibrarse con un contrapoder.
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