Creo que lo sucedido la semana pasada en el desierto de Atacama, en la mina San José, fue una hermosa fiesta para honrar el valor de la vida, el trabajo y la unión, y no un "reality show" (como han afirmado algunos), montado por el gobierno para mejorar el maltrecho índice de popularidad del presidente Sebastián Piñera.
Creo, además, que la solidaridad expresada por el pueblo chileno, tan grande que alcanzó a contagiar al mundo entero, no fue la respuesta a unos mensajes chauvinistas enviados por un gobierno cuestionado por la opinión pública, sino, más bien, la demostración de que en ese pueblo existe verdadera voluntad de cooperación.
Allá se solidarizaron pueblo y Estado para potenciar su creatividad y capacidad de trabajo. Los chilenos tienen ese espíritu de unión que les ha permitido superarse ante la adversidad, como lo han demostrado en otras ocasiones.
Igualmente, creo que así como a nadie se le ha ocurrido dudar de la honestidad de las muestras de cariño y agradecimiento de los mineros y de sus familiares, tampoco hay razones para no creer en la sinceridad de las emotivas palabras de aliento y en los firmes y prolongados abrazos dados por el presidente Piñera y sus colaboradores.
Después de presenciar las escenas en las que mineros y mandatarios se estrecharon afectuosamente, es imposible pensar que éstas hacían parte de un guion previamente elaborado.
Esa calidez no es susceptible de ensayo.
Creo también que esa reunión fraternal que todos pudimos observar el día del rescate en la que no hubo, ni protocolo ni diferencias entre Presidente, ministros, operarios, socorristas, mineros y familiares, fue un auténtico gesto de hermandad y no una expresión de populismo barato para capitalizar réditos políticos.
Sin duda, creo en Chile porque le dio al mundo una magistral lección de fortaleza, civismo, humanidad y decencia. Enseñó por qué jamás hay que rendirse y cómo el esfuerzo de los hombres aunado a las posibilidades que brinda la tecnología, no conoce fronteras.
Del mismo modo, creo que cuando el presidente Piñera dijo que el Chile de hoy no era el mismo de hace 77 días, tenía mucha razón.
No solamente "porque el Chile de hoy está más unido y más fuerte que nunca y porque ahora es más respetado y más valorado", sino también, porque el presidente de los chilenos demostró que es líder y puede ser una figura transformadora.
Ahora bien, lo que no creo, es que por el hecho de que se adopten los estándares que rigen en la minería de los países desarrollados, como prometió el presidente Piñera que lo haría, se van a acabar o, incluso, van disminuir significativamente los accidentes, teniendo en cuenta, según estimaciones hechas por la OIT (Organización Internacional del Trabajo), que la minería emplea cerca del 1% de la fuerza de trabajo del mundo y, sin embargo, es donde se produce el 8% de accidentes fatales (incluyendo los países desarrollados).
Con el rescate de los 33 mineros chilenos salió también a la luz el gravísimo problema de las condiciones laborales de la minería.
Ojalá estos hombres se encarguen de llevar por el mundo el mensaje de que la vida humana ocupa el lugar principal de cualquier actividad.
La vida y la dignidad humanas tienen que estar por encima de todo.
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