Algunos creen que la selva o el campo es el lugar donde hay poco desarrollo, donde no hay progreso, donde, supuestamente, habita la barbarie. Por eso el sueño de unos que viven en el campo es llegar algún día a la gran ciudad, porque allí hay progreso, hay desarrollo, hay "civilización".
Sin embargo en la ciudad, así se avance en ciertas cosas, todavía nos cuesta evolucionar como especie en los detalles mínimos de respeto y por eso a diario se engendran comportamientos agresivos, cierta ira cotidiana que puede ser violenta y fatal. Cada día es más difícil salir y mantener la tranquilidad, la frescura que uno quisiera mientras camina o conduce. Si vas por la acera tranquilo de repente un auto invade tu espacio y debes correrte para no ser arrollado. Le dices algo como: "Por favor señor, respete" y sin problema el conductor en vez de decir: "Discúlpeme" o guardar un silencio avergonzado, responde a gritos: "¡No sea sapo, carechimba…".
Alguien sereno puede volverse un demonio en cuestión de segundos. Un buen conductor rápidamente puede convertirse en un bárbaro, un justiciero, un asesino en serie. Yo lo he pensado, pero hasta el momento, he llegado a ser apenas el bárbaro que trata de alcanzar al otro para que sienta vergüenza de lo que hizo. Pero no tiene caso. En la ciudad, todos quedamos debiendo.
Hace poco, mientras hacía una fila eterna para resolver un problema en una entidad pública, un funcionario anunció que el sistema se había caído y que por esa razón no podrían atender a las personas que esperábamos pacientemente. De inmediato insultos, manotazos, señalamientos hacia la mediocre institución se hicieron sentir como un acto natural de desahogo. Un señor optó por coger una de esas bases metálicas usadas como separador y empezó a golpearla iracundo contra el piso, como si su pataleta lograra que la institución cambiara de parecer.
Por todo esto cada día es menos raro leer titulares en los diarios serios que antes eran de exclusivo uso de la prensa sensacionalista: "Joven asesinado por no tener 200 pesos". "Hombre asesinado por no ceder el turno en el baño". "Taxista se bajó y lo cogió a correazos". Y así nos damos cuenta de que todos somos asesinos potenciales y estas ciudades cada vez más agresivas nos hacen pensar que la guerra que se da en el campo empieza en la ciudad.
Recientemente el arzobispo de Medellín, Ricardo Tobón, dijo: "Tenemos un mal que no podemos esconder: no sabemos convivir". Yo comparto esa opinión. Si como especie animal, supuestamente evolucionada, no sabemos comprendernos, entonces eso de la evolución no nos ha servido de nada porque en el reino animal hay respeto. Al menos yo no he visto a un grupo de leones que asesinan a una familia de pingüinos y después de sacarles los ojos les ponen un letrero que dice: "Por sapos". Ni siquiera a las hienas que están tan estigmatizadas.
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