A Karel 4 se le está acabando la batería y sin batería se acaba todo. Las baterías son un elemento escaso y con un cuerpo tan deteriorado, con tantas necesidades, mejor se lo quita y se pasa de plano. Tan fácil como cambiarse los zapatos.
Hay dos realidades en ese planeta tan tecnificado. El Hardworl, donde están los cuerpos y lo físico y lo inmortal, y el Softworld, el mundo hiperreal, de existencias virtuales, placenteras e inmortales.
Almas de metal en tiempo de los sentidos es una pieza de estudio de la ciencia ficción en el teatro. Su primera pregunta, dice Milthon Haír Araque, el director, fue sobre cómo tener un escenario futurista con sus recursos. Lo que encontraron no necesitaba más que talento y ensayo: la actuación del actor.
En el cine, los protagonistas hacen sus escenas en espacios vacíos, que luego son sustituidos por impresionantes escenarios. "La ficción es creíble a partir del actor. Los recursos vienen solo a complementar lo que él hace".
Aunque sus recursos tampoco son pocos. Hay pantallas de computador, luces de rebote, cámaras nightshot, proyecciones en tiempo real. La intención es crear un ambiente futurista que se complementa con lo que les pasa a los personajes. El lenguaje es la conectividad, las redes, la crisis energética y, también, la metafísica y el alma.
Los personajes se debaten entre esos dos planos. Ese Hardworld que está en caos y en el que se sostienen algunos cuerpos mecánicos abandonados y otros a punto de hacerlo, y el Softworld, que les permite estar conectados. Todo el tiempo.
En el fondo hay una reflexión o, incluso, solo la pregunta "hacia las relaciones humanas. Cada vez estamos más alejados, aunque estemos cerca. Tenemos mil amigos en Facebook, pero vamos por la calle, nos encontramos a alguno y no nos saludamos", explica Felipe Ortiz, uno de los seis actores.
Saben, por supuesto, que el avance tecnológico es importante, pero también quieren decir que hay detalles que hay que revisar. O no.
"El teatro debería ser político en su mayoría o, mínimamente, ético. La pieza tiene una intención vitalista. Nuestra tesis es que, pese a los cambios del tiempo, hay distintas miradas de habitar y se encuentran formas de reinventarse", señala Milthon.
Una hora dura este montaje de ciencia ficción que tiene investigación en el género, música original y diseño de vestuario según las necesidades de la historia. De pronto, ese hombre, que es más una máquina, se pasa de mundo. Ya no tiene cuerpo, pero puede seguir conversando.
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