No importa que el cáncer merme sus fuerzas, le obligue a desaparecer por largos periodos y mantenga al país sumido en la incertidumbre y los riesgos de inestabilidad.
Hugo Chávez Frías, 57 años, militar retirado, hijo ideológico de Fidel Castro y jefe de gobierno desde 1999, inscribió el lunes su candidatura a la reelección en las presidenciales del próximo 7 de octubre, aun a riesgo de comprometer a todos los venezolanos en la evolución de su estado de salud.
Objetivos: sumar otros seis años en el poder, hasta alcanzar casi los veinte, y superar la "barrera de no retorno" de su socialismo del siglo XXI.
Como estaba previsto y organizado a conciencia, Chávez y el chavismo convirtieron la inscripción de la candidatura en un baño de masas que sirvió como doble demostración de fuerza: la que de hecho luce el propio movimiento político y la que supuestamente conservaría su líder, a pesar de todo, tras dos operaciones de cáncer -una hace un año y otra por recaída en febrero pasado- y repetidas sesiones de quimioterapia y radioterapia recibidas en doce viajes a La Habana.
Lo primero, la fortaleza del músculo popular chavista, se hizo patente desde muchas horas antes del registro del candidato ante el Consejo Nacional Electoral.
Miles de militantes y simpatizantes del Partido Socialista Unido de Venezuela empezaron a concentrarse en las inmediaciones del CNE a media mañana, aunque la inscripción estaba programada para las cuatro de la tarde.
Se hacía preciso dar pronta y contundente respuesta a la marcha de más de diez kilómetros que el único oponente de Chávez, el exgobernador del estado de Miranda y abogado de 39 años, Henrique Capriles, había encabezado el domingo ante cientos de miles de personas con motivo de su propio registro en el CNE.
Por cierto, Capriles criticó ayer al presidente por haber dado el día libre a sus ministros y numerosos funcionarios para que, en labores de militancia, se volcaran en la concentración de la tarde "en vez de cumplir normalmente con su trabajo como servidores del país".
En cuanto a la reaparición en sí del caudillo venezolano para cumplir el trámite electoral, la meta era contrarrestar los largos periodos de ausencia a los que la enfermedad y la recuperación de las sesiones de radioterapia le venían obligando últimamente, pese al inicio hace meses, en la práctica, de la campaña que formalmente empezará el 1 de julio.
En los últimos actos públicos con vistas al 7 de octubre, un muñeco inflable con una foto de su cara sustituyó al presidente mientras alguno de sus colaboradores hablaba por él ante concurrencias más modestas de lo habitual. Tan modestas como para que las televisiones públicas se vieran obligadas a cerrar los planos y evitar unas tomas generales que habrían delatado el pinchazo de la convocatoria.
Así fue la semana pasada en Caracas en un mitin donde el vicepresidente Elías Jaua llamó al personal a "darlo todo" por su líder, ya que "él ha dado todo por nosotros".
Anoche, en cambio, Chávez apareció para colmar las expectativas de sus seguidores. Apenas caminó, en contraste con la paliza que se dio Capriles.
Pero tampoco dio muestras de fatiga.
Con el rostro hinchado y el gesto animoso, el mandatario se dio un paseo triunfal de un kilómetro a bordo de una camioneta descubierta, se registró en el CNE y, frente a centenas de miles de personas, cantó unas coplas y el himno antes de hablar con energía: "Agradezco a Dios el poder estar hoy aquí. ¡Recuerdos a Fidel y Raúl! ¡Vamos a ganar!".
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