No me cabe en la cabeza la eventualidad de que Juan Sebastián Bach, el más grande músico hasta ahora conocido de la mal llamada música culta o música clásica, fuera uno de tantos compositores olvidados, y no hubiéramos accedido a su obra prodigiosa. Esa era la suerte que habría corrido su amplísimo legado si no se obstinara Félix Mendelssohn, también de cuna alemana, en persistir con su maestro Friedrich Zelter para que, no obstante las criticadas dificultades técnicas, se presentara al público de Berlín la Pasión según San Mateo.
Habían corrido 79 años, después de la muerte de Bach en el año 1750. El fervor por las nuevas formas de Haydn, Mozart, Rossini, Gluck y Haendel había eclipsado la subestimada propuesta del maestro de Eisenach, que se consideraba anticuada, difícil y saturada de adornos.
El rotundo éxito de aquella representación fue clave en el redescubrimiento de Bach. Hoy podemos decir que lo conocemos, gracias a la obstinación de Mendelssohn, quien lo rescató de casi un siglo de reposo.
Deleitándome con una de sus composiciones me salta la idea de que Bach era un roquero. Oyendo sus obras, los conciertos de Brandemburgo, las tocatas y fugas, y me sucede, en particular, escuchando la Tocata y Fuga en Re Menor para órgano, me imagino a un Jimi Hendrix sollado en derroche de improvisación con notas y figuras persistentes, no con la guitarra eléctrica, sino con el órgano de tubos.
Realmente Bach fue un tremendo innovador. Al componer, ajeno a las críticas de sus audiencias, infringía con frecuencia las reglas de creación tradicionalmente establecidas. Razón por la cual no era fácil que encontrara oídos para su nueva propuesta. No era un músico para las técnicas de su tiempo y, posiblemente, después de él, ni siquiera los grandes que le sucedieron, incluyendo a Mozart y a Beethoven, lograron seguir esa técnica tan depurada, tan fluida, tan profusa de su composición.
Y pensar que no fue su pretensión ser un músico que pasara a la historia. Su obra está marcada por dos sellos: su oficio como organista de grandes catedrales y su vocación didáctica. Precisamente, su riqueza creativa la conocimos a través de sus discípulos. El Clave bien temperado, por ejemplo, es una obra estrictamente didáctica; es una colección de preludios y fugas en todas las tonalidades, y su razón era servir como ejercicios de práctica para quienes pretendieran profundizar en la ejecución del techado. Sin embargo cada una de esas piezas es considerada hoy como una obra maestra de la música.
¿Y por qué su marcada tendencia a componer con la técnica de la fuga? Porque era incapaz de desarrollar una sola idea musical, y creaba dos, tres, a veces cuatro o más ideas superpuestas.
Gracias Mendelssohn por redescubrir este invaluable tesoro para la humanidad.
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