Como no tengo acceso al árbol genealógico de García Márquez, le doy mi sentido pésame a usted, desocupado lector.
No fui amigo del Nobel, nunca parrandié con él, no canté vallenatos ni boleros con el fabulista, no viajé con él en el mismo avión a Estocolmo donde recibió el Nobel.
Nunca le dije Gabo a él, ni Gaba o Mercedes a su mujer, no lo acompañé en su viaje en tren a Aracataca, no lamenté el nocaut que le propinó Vargas Llosa. (Nos habríamos perdido el sonriente retrato con el ojo colombino que le tomó el fotógrafo medellinense-mexicano Rodrigo Moya).
Jamás fui invitado a ninguna de sus casas, nunca me leyó, no tengo la primera edición de ninguna de sus obras, no tuve en mis manos un ejemplar de "En agosto nos vemos" que dejó escrita, jamás me envió los originales de sus libros para que le capara adverbios terminados en mente.
No asistí (¡pobrecitico de mí…) a ninguno de sus talleres en la Fundación Nuevo Periodismo, de Cartagena, no figuré en el sanedrín que copó el avión presidencial que viajó a México para el homenaje colombo-mexicano.
No tengo dedicado ninguno de sus libros (pero me autodediqué Cien años de soledad: "A un tal Domínguez, eterno novel", Gabo), no asistí al bautismo de sus hijos, nunca le hice entrevista exclusiva, no compartí hambres con él en París, no me menciona en ninguna de sus novelas, no dudo de que es Nobel en periodismo.
No soy su pariente ni en el millonésimo grado de consanguinidad, no he ido a Aracataca pero pienso volver, no trabajé con él en El Comprimido que hizo con el Mago Dávila, en Prensa Latina ni en las revistas Alternativa y Cambio.
No me debe plata, le debo todo el oro del mundo por la felicidad brindada con la poesía de su prosa; no dudo que leerlo nos hace inmortales… mientras estemos vivos.
En "represalia" soy gabólatra sectario. Le tomé fotos firmando libros en Estocolmo en 1982. Me doy besitos de felicitación por haberlo retratado. (Lo vi por primera vez en carne y leyenda en Washington en la firma de los tratados Torrijos-Carter, 1977).
Releeré "Un ramo de no me olvides", de Gustavo Arango, sobre el período Cartagena del Nobel, y la bella biografía "Viaje a la semilla", de Dasso Saldívar, que tanto le gustó "porque se parece a mí"; no sé dónde andaba yo cuando durmió ocho días en la casa del campeón de ciclismo Ramón Hoyos, en Medellín, según cuenta Orlando Casas en su libro, "Buenos Aires, portón de Medellín".
Dios no tomará represalias contra él por su agnosticismo. Es más, ya lo tiene a su diestra mano. ¿O a la izquierda? Dios no tiene presa mala. (Sus personajes creían por él: "Dios es mi copartidario", decía el célebre coronel… Sus lectores no descansaremos en paz).
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